domingo, 12 de junio de 2011

¿Por qué a la derecha le cuesta tanto gobernar en democracia?

Veinte años tardó la derecha en volver a la moneda, cincuenta en hacerlo a través de los canales democráticos. Más de alguien dirá que los hoy oficialistas partidos de centro derecha tuvieron veinte años para prepararse en la tarea de gobernar, para aprender de los errores de la concertación, para capitalizar la decadencia de la centro-izquierda chilena y hacerse del poder mediante las urnas. En parte es cierto. Los centros de estudios de la derecha han desarrollado profundas investigaciones de los problemas que tiene Chile y en los grupos Tantauco de Sebastián Piñera fueron sistematizadas en el programa de gobierno que finalmente fue favorecido en las elecciones.

Para lo que no se prepararon –pues probablemente no existe una adecuada preparación– fue en la tarea misma de gobernar y asumir el poder de la presidencia de la República. Gobernar no implica solamente dar soluciones eficientes a los problemas reales de la gente (Sentidos Comunes, 26(04), se trata también de tejer una compleja red de acuerdos, negociaciones e intereses que armonice de manera adecuada las diferentes visiones políticas, ideológicas, gremiales y corporativas de los problemas y de las soluciones que se plantean. Más todavía en un gobierno de minoría en coalición, donde hay que tomar en cuenta los intereses de los partidos que forman la coalición, los intereses de la oposición pues posee mayoría en el Senado y los intereses de los grupos sociales, tan movilizados en las últimas semanas.

Pero los indicios de los últimos meses y particularmente de los últimos días, nos muestran una coalición de gobierno donde lo menos que impera es la concordia y la armonía. Se evidencian demasiado las brechas que hay entre las facciones de RN y la UDI y se generan tensiones entre el presidente, que cree puede estar más allá de los partidos que le dan el apoyo, y su coalición. No es que esto sea algo negativo, en gobiernos de coalición es esperable e incluso deseable que ocurran divergencias en las posiciones. Sin embargo, debe existir la adecuada gestión política y un buen manejo de la agenda para mantener las diferencias bajo control e impedir que se conviertan en una amenaza para la gobernabilidad y para la misma coalición de gobierno.

Sorprendente es que estas dificultades sean también visibles en otros gobiernos de derecha. Desde la promulgación de la Constitución de 1925, Chile ha tenido tres gobiernos alineados con la centro-derecha del país: Arturo Alessandri entre 1932 y 1938, Jorge Alessandri entre 1958 y 1964 y Sebastián Piñera.

El segundo gobierno de Alessandri –quien había gobernado bajo la Constitución de 1833 entre 1920 y 1925– fue apoyado por radicales, liberales  y grupos de izquierda. Sin embargo, durante su periodo el temor a golpes de Estado se mantenía latente. Para mantener a raya esos miedos y estabilizar el país, Alessandri hizo uso de las nuevas facultades que la Constitución de 1925 le entregaba al presidente. Este uso de los poderes extraordinarios hizo que a principios del gobierno los grupos de izquierda se alejaran del gobierno y mediados de la década el partido radical también abandonó la coalición para empezar a conformar el Frente Popular que gobernaría a partir de 1938.

20 años después del fin del gobierno de Arturo Alessandri su hijo, Jorge Alessandri, alcanzaría la primera magistratura con el 31,56% de los votos. Su gobierno profundizaría un discurso apolítico de la actividad gubernamental. Se trataría de un gobierno gerencial donde los ministros del primer gabinete no representarían a los partidos conservador y liberal. Con todo, hubo apoyo parlamentario al gobierno y, a diferencia de lo que ocurre hoy, el dinamismo de la economía y la baja de la inflación durante los primeros 18 meses de gobierno devinieron en importante apoyo a los partidos que apoyaban el gobierno.

En las elecciones municipales de 1960 conservadores y liberales alcanzan juntos más de un 30% de los votos y los radicales  con un 20,93% serían la principal fuerza política del país. Un año más tarde, en elecciones parlamentarias, se mantiene la misma tendencia. Sin embargo, a esa fecha las medidas económicas habían empezado a mostrar estancamiento. La inflación que había sido controlada empezaba nuevamente a desatarse. La agitación social y política regresó. A mediados de 1961 el país estaba prácticamente paralizado y la coalición entre conservadores y liberales no tenía mayoría en el congreso.

En este punto el presidente busca ampliar su apoyo parlamentario invitando a los radicales y la democracia cristiana a entrar al gobierno. La DC rechaza la invitación mientras que los radicales, luego de varias semanas de negociación, asumen cuatro ministerios. Se había consagrado así el derrumbe del proyecto económico que le había permitido a Alessandri llegar a La Moneda y el gobierno de los gerentes tuvo que dar paso, como es natural, a los políticos para hacer frente a los crecientes problemas sociales que se presentaban en el país.

En general, el proyecto de Alessandri, que buscaba transformar el país fundamentalmente mediante un programa económico careció de apoyo político y no encontró suficiente arraigo en la ciudadanía. Sin embargo, para ser ecuánimes, todos los presidentes de la época enfrentaron problemas políticos y dificultades en la relación ejecutivo-legislativo. Presidentes de minoría con obligación de llevar a cabo complejas negociaciones para alcanzar apoyo legislativo para sus programas siempre cercenados, sin embargo, estos problemas eran más evidentes y las negociaciones eran más costosas cuando el presidente subvaloraba el rol de los partidos políticos. Lo vivió Ibáñez en su segundo periodo y lo vivió también Alessandri.

Hoy Sebastián Piñera vive problemas políticos graves al interior de la propia coalición de gobierno y el país se sumerge en un clima creciente de agitación social y protesta. Lo paradójico es que la economía anda bien –a diferencia de lo que ocurría en el gobierno de Jorge Alessandri– pero eso no se está traduciendo en mayor apoyo al gobierno, las encuestas no revelan que la ciudadanía se encuentre conforme con la administración de Piñera. Y es que, de nuevo, se le sacan componentes políticos claves a la forma de gobernar para introducir elementos de gestión administrativa y económica que si bien es cierto son importantes, dejan de lado la conducción y gestión política del gobierno, que permita generar los acuerdos necesarios al interior de la coalición oficialista y llevar adelante la negociación con la oposición para sacar adelante el programa de gobierno. Lamentablemente para el presidente, con una posición minoritaria en el congreso y con una coalición donde las brechas entre conservadores y liberales son cada vez más evidente no se puede gobernar sin negociar.

Y todo esto viene de un discurso propio del conservadurismo chileno (Ballotage, 08/02/2010) que alega que los males que han afectado al país son propios de los partidos políticos y de los políticos. Así Arturo Alessandri denostó al sistema pseudoparlamentario en los años 20 y se encontró con la oposición legislativa que desembocó en el ruido de sables el 3 de septiembre de 1924 que pedía la rápida tramitación de la agenda social del presidente.

Jorge Alessandri vivió lo mismo. Al triunfo de la derecha en 1958, El Mercurio editorializaba diciendo que por primera vez desde la entrada en vigencia de la Constitución de 1925, el gobierno desplazaría los criterios partidistas para funcionar sobre criterios técnicos y que se instalaría finalmente el régimen presidencial, pues Alessandri gobernaría de manera independiente de los partidos políticos.

La dictadura de Pinochet culpa también a los partidos políticos del colapso democrático. La actividad política es denostada por el régimen de facto y el discurso apolítico de la actividad pública se hace carne en la ideas corporativistas de la sociedad civil plasmadas en la Constitución de 1980 inspirada en el pensamiento de Jaime Guzmán.

Por tanto ¿Por qué a la derecha la cuesta tanto gobernar en democracia? Le cuesta porque intenta aislar al gobierno de la discusión política. Sacarlo de la esfera que le es propia: la actividad política. De ahí que los proyectos económicos y de reformas no vayan acompañados de suficiente gestión política por parte de los ministros, pues se asume –como lo hizo el Mercurio en 1958– que el poder que las instituciones le entregan al presidente son suficiente para administrar el gobierno y la relación con los partidos políticos tanto oficialistas como opositores solo le resta independencia y poder a la institución presidencial.

Lo cierto es, sin embargo, que mientras más se reniegue de la actividad de los partidos políticos más necesaria se hará la relación con ellos y más costosa será la búsqueda de la gobernabilidad y del cumplimiento del program. Y los mismos más atención demandarán por parte del presidente omnipotente. Luego, un gobierno de derecha sustentado por un discurso apolítico y carente de un relato –un gran proyecto político que sustente su actividad– encontrará resistencia no solo en los sectores ciudadanos sino en los partidos que sostienen la presidencia, ambos elementos claves para el ejercicio gubernamental y para la sostenibilidad de la democracia.

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