Ningún partido debería renunciar a ser gobierno. O al menos,
a formar parte de una coalición que le permita acceder a ciertas posiciones de
poder al interior de un gobierno. Ni siquiera los partidos más pequeños deberían
desechar alguna oportunidad de formar una coalición y defender o impulsar
ciertas políticas desde puestos ejecutivos. Cualquier partido que renuncie a
eso dejaría de cumplir una función esencial de representación. No se trata que
un partido se vaya a convertir en gobierno con el sólo hecho de aspirarlo, debe
también buscar los mecanismos que le permitan convertirse en una alternativa de
gobierno para los electores, congraciarse con ellos. Un partido podrá aspirar a
ser gobierno pero si es incapaz de movilizar votantes sus esfuerzos serán
vanos.
Algo así le pasa a la oposición en Venezuela.
Henrique Capriles, gobernador del Estado de Miranda se
convertirá en el tercer candidato de la oposición que desafía al presidente
Hugo Chávez desde la vigencia de la Constitución de 1999. Ni Francisco Arias
Cárdenas, en 2000, ni Manuel Rosales, en 2006, pudieron arrebatarle a Chávez su
sueño bolivariano. La gran pregunta que surge ¿Irá a poder Capriles? ¿Qué
elementos tiene la oposición a su favor? ¿Cuáles en contra?
Si hay algo que le ha faltado a la oposición en Venezuela
desde el triunfo de Hugo Chávez en 1998 hasta hoy es capacidad para movilizar
electores, a diferencia de Chávez, quien elección tras elección ha aumentado su
caudal electoral en términos relativos y absolutos. Si en 1998 Hugo Chávez y
Enrique Salas Römer sumaron 6.461.414 votos, en 2006 Hugo Chávez y Manuel
Rosales alcanzaron 11.601.546 votos. Entre ambas elecciones hubo un total de 5.140.132
votos nuevo, un crecimiento de un 79,5%, de los cuales 3.635.395, un optaron
por Hugo Chávez, mientras que sólo 1.504.737 se decantaron por los candidatos
de la oposición. Es decir, el caudal electoral de Hugo Chávez creció en 8 años
un 98,9%, mientras que el de la oposición creció un 53,9%.
Si agregamos a la serie la elección legislativa de 2010,
tenemos que entre la coalición encabezada por el PSUV y la Mesa de Unidad
Democrática, sumaron 10.743.688, un 7,4% menos de votantes que en la
presidencial de 2006, sin embargo, la distribución fue mucho más pareja, pues
la oposición obtuvo 5.320.364 votos, 1.130.858 votos más que en la presidencial
de 2006, lo que significa un crecimiento de un 26,3%. En tanto, el oficialismo
obtuvo 5.423.324 votos, lo que equivale a 1.885.756 votos menos que en 2006, lo
que se traduce en un decrecimiento de un 25,8%. ¿Podríamos decir que todos
quienes no votaron por Chávez votaron por la oposición? Claramente no, pues no
disponemos de evidencia para ello. Lo que sí podemos decir es que el escenario
político cambió y el punto de inflexión lo podemos situar en 2007, cuando el
presidente Chávez sufrió la primera derrota electoral durante su mandato.
El año 2007 el intento de Chávez por aprobar una reforma
constitucional que le permitiera reelegirse indefinidamente provocó una movilización
que no se había visto hasta entonces. Si hasta el año 2005 quienes integraban
la oposición tenían serios lazos con el stablishment
puntofijista que se derrumbó durante los 90 y se codeaban con los gremios
industriales y comerciales del país; a partir del año 2007 se empieza a
producir una notable entrada de nuevos rostros y líderes a la oposición,
fundamentalmente por la eclosión de movimientos estudiantiles que se
organizaron y protestaron contra las aspiraciones reeleccionistas de Chávez —las que de
todas formas se concretaron en un referéndum en 2009. Este hecho probablemente
ha permitido renovar las bases electorales y programáticas de la oposición y ha
deslegitimado las posturas más reaccionarios contra el gobierno que convivían
aún hasta el 2005 con posiciones más moderadas que querían aceptar el arreglo
institucional de Chávez e intentar derrotarlo mediantes las urnas y no con la
violencia gremial o con asonadas militares. Aún está fresco en la memoria el
golpe de febrero de 2002, que sacó al presidente del Palacio de Miraflores por
dos días y que se convirtió en el hecho más simbólico de la polarización
política en Venezuela. Y, de ese mismo año, la asonada de la Plaza Altamira,
que también reclamó la renuncia del presidente y dio pie a una larga
movilización que intentó presionar esa dimisión. En más de un discurso Hugo
Chávez ha aludido a alguno de estos hechos, incluso de manera muy reciente.
Sin duda, lo anterior es algo a favor. Podríamos pensar que la
gente está con Chávez porque no ve en la oposición una alternativa lo
suficientemente nueva para gobernar. Se le sigue relacionando con el antiguo
pacto de punto fijo. Y el presidente no escatima ningún esfuerzo por poner
constantemente a la oposición como enemigo del pueblo y como aliados del imperialismo.
Si mediante esta renovación la oposición empieza a ser percibida como una
opción, las probabilidades de alcanzar la presidencia aumentan.
Pero en contra hay varias cosas más. La oposición ha sido
sometida constantemente a procesos eleccionarios, que desgastan y que han
obligado a los movimientos y partidos que la componen a estar permanentemente
movilizados para motivar electores a votar, con resultados exiguos en la
mayoría de los casos. Eso no deja tiempo para el desarrollo programático y para
el ejercicio opositor adecuado. La lucha electoral termina siendo parte del
devenir político. En 14 años, desde 1998, los venezolanos han ido a votar 20 veces.
En contra tienen también al Estado. Y es que hoy la figura
del presidente se ha mimetizado con un Estado que, a su vez, está atravesado
por el partido. Saber dónde termina el Estado venezolano y empieza el PSUV hoy
es algo difícil. Eso ha permitido que el gobierno goce de una serie de recursos
políticos y económicos para repartir entre sus adherentes, muchos de ellos con
plena discrecionalidad presidencial. En consecuencia, posee también una gran
facilidad para generar redes clientelares con los sectores más bajos del
electorado, que son aquellos donde justamente la oposición no ha podido entrar.
Según el diario El
Universal, Henrique Capriles, inscribirá su candidatura presidencial el 10
de junio. Tiene un camino empinado por delante, pero ciertamente tiene algunas
cosas a su favor, de las que no gozaron los antiguos aventureros que
emprendieron la senda del desafío a la hegemonía bolivariana. Su triunfo no
está garantizado. Pero eso es lo de menos. Porque las cosas parecen indicar
que, por primera vez desde que llegó al poder, el triunfo chavista tampoco es
seguro.
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