Soy un
convencido que a los gobiernos no corresponde evaluarlos sólo por lo que hacen
o por los resultados que son capaces de ofrecer. Eso puede quedar para el mundo
privado en el que, efectivamente, quien tiene el control mayoritario de las
acciones, los títulos o como quiera que se exprese la propiedad de la compañía,
puede tomar decisiones basándose en criterios estrictamente económicos y sin
que sea una condición sine que non
aunar criterios y alcanzar subóptimos que trasciendan la esfera financiera.
Los gobiernos
hay que evaluarlos también respecto a cómo llevan a cabo su tarea. Los
gobiernos deben lograr un inestable equilibro entre la gobernabilidad y la
representatividad. Por mucho que la ciudadanía
pida alguna política pública, las ataduras del poder democrático hacen que no
siempre se puedan llevar a cabo lo que todos piden, pues es imposible dejarlos
a todos contentos. Como decía Anatole France, no existen los gobiernos
populares, pues gobernar es crear descontentos.
Woodrow Wilson
ilustra esta situación en una analogía magistral en su trabajo El estudio de la administración, de
1887: En el gobierno,
como en la virtud, lo más difícil es lograr el progreso. Antes, la razón de
ello era que el soberano único era egoísta, ignorante y tímido, o tonto, aunque
de vez en cuando apareciera uno sabio. Hoy, la razón es que los muchos, el
pueblo, que son el soberano, no tienen un solo oído al que nos podamos acercar
y son egoístas, ignorantes, tímidos, obcecados o tontos; con el egoísmo, la
ignorancia, la obcecación, la timidez y las tonterías de varios miles, aunque
haya centeneras de sabios.
Con Sebastián Piñera el
país ha crecido a tasas cercanas a las que tuvimos a mediados de los 90 –con el
eventual peligro de un recalentamiento de la economía–, se han creado cientos
de miles de empleos, se han impulsado una serie de políticas públicas y hay
otras en cartera. El gobierno ciertamente no ha sido inoperante, ha hecho
cosas. Pero no podemos juzgar al gobierno sólo y exclusivamente por lo que ha
hecho. Al menos no si queremos situarnos como observadores críticos de la
política que nos rodea y no sólo como electores ocasionales o predicadores de alguna causa política.
Todo lo que ha hecho el
gobierno no quita que el presidente sea políticamente incompetente y que
quienes le rodean tengan poco conocimiento de lo que significa estar en el
poder. Varias veces el ministro Larroulet, de SEGPRES, ha dicho que la
concertación se ha dedica sólo a obstruir, revelando así la concepción
desnaturalizada que tiene el ministro respecto al rol que deben jugar los
actores políticos en un sistema democrático. No son pocos los miembros de este
gobierno que parecen concebir al congreso como un buzón en el que los proyectos
pasan con mínimas revisiones y a los tribunales de justicia como un obstáculo.
El gobierno desde un
principio careció de una estructura ad-hoc para resolver conflictos políticos
entre los partidos y para canalizar de forma adecuada su relación con el
congreso y con la oposición. Cada fuente potencial de conflicto se transformó
en un doloroso parto para el gobierno y llegó a ser un mantra decir que el
gobierno apagaba los incendios con bencina, pues extrañamente fueron incapaces
de manejar las crisis, las que crecieron como bolas de nieve y terminaron por
aplastar la popularidad del presidente. Un gobierno que no sabe comportarse
políticamente hablando es un mal gobierno, aunque haga muchas cosas. Aunque
claro, es mejor que un gobierno políticamente incompetente y además inoperante.
Extrañamente, el liderazgo
de Michelle Bachelet durante su gobierno no fue muy diferente al de Sebastián
Piñera. A diferencia de lo que ocurrió durante los gobiernos de Aylwin, Frei y
Lagos, en los que el presidente se situó convenientemente por sobre los
partidos políticos y en su rol de jefe del gobierno llegó a ser también el
líder de la coalición gobernante. Con la presidente Bachelet no fue así. Ella,
al igual como ha ocurrido con Piñera, no actúo por sobre los partidos, sino que
entre ellos e incluso bajo los dictados de los presidentes de partido.
Pero entre Bachelet y
Piñera hay una diferencia capital que tiene que ver con las estructuras institucionales
que cada coalición provee. La concertación fue capaz de generar desde el primer
gobierno, bajo el liderazgo de Edgardo Boeninger, instituciones informales que
ayudaban a buscar consensos dentro de la coalición y acuerdos políticos más
allá de ella. A lo largo de los años, la concertación fue perfeccionando este
mecanismo de concertación política,
el que probablemente llegó a su cúspide durante el gobierno del presidente
Lagos y las reformas constitucionales de 2005.
Esas mismas instituciones
hicieron que el gobierno de Bachelet, sin ser el que mejor liderazgo ha
mostrado, funcionase bien dentro de la serie de conflictos que se fueron
desatando en los primeros meses de su mandato. Dicho de otra forma, la
concertación aprendió a ser gobierno y perfeccionó un mecanismo que le ayudó a
tener gobiernos exitosos y en donde las crisis fueron bien manejadas. Incluso
en los peores momentos del presidente Lagos, luego de los escándalos de los
sobresueldos a principios de la década pasada, se apeló a esas formas de
resolver conflictos.
Recuerdo cuando en el
verano de 2010 se hablaba de la forma que adoptaría el gobierno para
relacionarse con los partidos y para conformar el cuerpo de asesores: el
segundo piso. En algún momento el presidente dijo que aspiraba a formar algo
parecido a lo que hizo el presidente Patricio Aylwin y Edgardo Boeninger, pues
se trataba de inaugurar el mandato de una nueva coalición ausente del poder por
20 años. Creo que ese fue el primer error de este gobierno en este campo. ¿Por
qué querer armar una estructura parecida a aquella que siguió después de la
dictadura? Los tiempos políticos eran diferentes. Ya en otros escritos señalé
lo infructuoso que sería para el gobierno aspirar a actuar como lo hizo el
presidente Aylwin, quien gobernó en un momento único en nuestra historia
reciente. Piñera y la derecha fueron incapaces de leer el momento político en el que
se encuentra Chile hoy.
Al gobierno le quedan 14
meses. No aprenderá a hacer lo que en los años anteriores hicieron mal. Por más
que digamos que este gobierno tiene una lista interminable de logros –algunos
ciertos, otros irresponsablemente inflados– su gestión política debe estar
entre las más malas de los últimos años. Y por más que algunos ciegamente digan
que eso no importa, sino que por sus
frutos los conoceréis, no podemos ignorar que si efectivamente la
actitud política del gobierno fuera tan irrelevante, las encuestas mostrarían
otra cosa.
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