domingo, 27 de enero de 2013

México entre CELAC y Alianza del pacífico

Creo que la relevancia que en el mediano plazo pueda tener la CELAC depende fundamental del comportamiento de dos actores: Brasil y México. Ambos por sus características de grandes potencias regionales y, de alguna forma, los dos polos más significativos entre los que se mueve América Latina. Bien sabemos que este hecho ha sido explotado de manera muy significativa por Brasil durante la última década, pues ha gozado de condiciones particularmente favorables: un gobierno con claras aspiraciones de política exterior, el boom de las materias primas generó un rápido crecimiento económico, que a la vez permitió financiar una intensa agenda de política doméstica para atacar problemas sociales como la pobreza y la inseguridad, creando un clima propicio para el desarrollo y la inversión y la presencia global. A ello hay que sumarle el que Brasil se tomó muy en serio su rol de potencia emergente, articulando alianzas diplomáticas en foros internacionales e impulsando el rol global de los BRICS. Del mismo modo, Brasil ha podido ir equilibrando su relación con América Latina y su rol de líder regional con sus aspiraciones globales.

México, en cambio ha seguido un camino mucho más errático en su relación con América Latina. Por un lado está su inexorable cercanía con los Estados Unidos, que ha sido canalizado principalmente a través del North America Free Trade Agreement (NAFTA) y que se profundizó durante los gobiernos del PAN de Vicente Fox y Felipe Calderón, a pesar de las tensiones que existen entre ambos países, particularmente en lo relacionado a las migraciones transfronterizas. A esto se suma la cooperación cercana y formal entre México y los Estados Unidos en la guerra contra el narcotráfico, que sumió a varios Estados del norte de México y por derivación al gobierno federal en un conflicto armado que, además de ineficaz, ha dejado como saldo más de 60 mil muertos en los últimos años.

Como aditivo a esta situación, está el profundo encadenamiento de las economías mexicana con la estadounidense, que llevó a que México se viera particularmente afectado por la recesión en los Estados Unidos. Lo negativo de esto es que el NAFTA terminó por consolidar una dependencia unidireccional de México hacia los Estados Unidos, con lo cual se vuelve más atractivo para los mexicanos diversificar su portafolio de exportaciones.

En consecuencia, el ascenso de Brasil en la región vino acompañado por un constante alejamiento de México, que profundizó sus lazos con los Estados Unidos. Es una especie de conjunción de hechos que contribuyó al alzamiento de Brasil como líder regional y al ocaso de México en América Latina, lo que evitó en los primeros años una rivalidad cierta hacia el liderazgo que se planteó desde Brasilia para la región. En todo esto Centroamérica quedó en un estado de parcial orfandad, la que fue llenada con la ascensión de Venezuela que empezó a generar su propia esfera de influencia en América Central y el Caribe.

Con el PRI de regreso en Los Pinos se ha dicho de manera frecuente que México regresará la mirada hacia América Latina. El asunto es que hoy América Latina es una región cambiada, cuenta con instituciones internacionales relativamente estables que han formalizado la relación entre los principales actores de la región y Brasil juega un preponderante rol en la articulación de estas instituciones, particularmente del MERCOSUR y de UNASUR, así como de otras iniciativas particulares creadas al alero de las dos más importantes.

En ese marco hay dos instancias de las cuales México podría valerse para aterrizar en América Latina y empezar a profundizar lazos nuevamente con los países del sur. El primero es la Alianza del Pacífico, que plantea una serie de ventajas habida cuenta que dicho organismo se crea bajo la aspiración más amplia de crear la TPP o Trans-Pacific Parthnership, que busca crear una gran zona de libre comercio en todo el arco del océano pacífico. Entre las utilidades que presenta está el hecho que México no necesita prescindir de su relación con Estados Unidos para hacerse parte de la Alianza del Pacífico. El NAFTA pasa a ser un eje complementario —al igual que la alianza del pacífico— del potencial TPP en gestación. Esto cobra particular importancia cuando tomamos en cuenta que la participación comercial de México en América Latina ha sido notablemente baja en comparación con Brasil, como se ve en los siguientes gráficos (Click para ver más grande. Fuente de los datos: CEPAL)




De esa forma, la Alianza para el Pacífico, en una dimensión comercial, puede llevar a que México intensifique sus relaciones comerciales con América Latina, aunque probablemente éstas no lleguen en el corto plazo a los niveles de Brasil, debido a los volúmenes de comercio que éste mantiene con Argentina, que concentran el 43,1% del comercio intrarregional brasileño y además se llevan los principales productos industriales de ambos países. De este modo, podría ser beneficioso para México buscar en el mediano un tratado de libre comercio con Mercosur o bien que Alianza del Pacífico busque construir un acuerdo de la misma naturaleza, incorporando de esa forma a Brasil al bloque.

Pero la política exterior no debe reducirse a la dimensión económica o comercial, aunque sea ésta uno de los grandes incentivos que tienen los países para buscar construir alianzas estratégicas entre ellos que contribuyan al desarrollo económico y social. La dimensión política del regreso de México a América Latina podría estar marcada por el rol que juegue en CELAC. Sin embargo, al carecer CELAC de cualquier institucionalidad formal —a diferencia de UNASUR o MERCOSUR— su potencial para la región puede llegar a ser marginal, máxime cuando intenta agrupar a subregiones que poseen intereses diversos en cuanto a su propia posición relativa en América Latina: América Central, el Caribe y América del Sur. Sumando a ello la exclusión de los Estados Unidos y Canadá, que en el plano político marca una especie de autonomía simbólica respecto a lo que sucede en la OEA, no obstante, en lo real, gran parte de los países que forman CELAC mantienen profundos lazos con los Estados Unidos, no sólo en términos comerciales, sino que además en asuntos relacionados con migraciones, remesas y seguridad. Visto así, OEA sigue siendo un actor significativo por institucionalizar esa relación.

Ahora bien, desde un punto de vista particular la CELAC sí puede presentar cierta utilidad para algunos países. México se podría beneficiar usando la organización como mecanismo para fortalecer los lazos políticos con América Latina y en la ecuación parece claro que si México quiere efectivamente volver a mirar al sur tendrá que exhibir aquellas ventajas que puede ofrecer a los países sudamericanos, por un lado un mercado de 120 millones de habitantes y una economía que lucha por situarse en el segundo socio comercial de Estados Unidos, después de Canadá, y desafiando a China. ¿Qué interés tienen los países sudamericano de mirar de formas más atractiva a México?

En mi opinión, México debería hacer un esfuerzo por mostrarse cercano a América Latina pero sin buscar rivalizar con Brasil. En un escenario de confrontación entre las dos principales economías latinoamericanas, México no tiene mucho que ofrecer debido a su lejanía de las economías secundarias más importantes de la región, todas colindantes o muy cercanas a Brasil: Colombia, Argentina, Chile y Perú. En un escenario de complementariedad podríamos perfectamente enfrentarnos a una región bipolar en la que Brasil y México compartan algún nivel de liderazgo, aunque para eso parece haber un camino importante que recorrer aún, sobre todo porque México no goza del prestigio global del que sí puede disfrutar Brasil. Aunque como primer paso para llegar a una posición regional de prestigio, CELAC puede ser una herramienta útil aunque, a mi juicio, no tanto como podría serlo, en una primera instancia, la Alianza para el Pacífico. 


viernes, 11 de enero de 2013

El presidente ausente

La manifestación que vimos hoy en Caracas se  ha convertido en una nueva reafirmación respecto del indiscutido liderazgo que tiene Hugo Chávez entre los electores venezolanos y pasa a ser la confirmación de una serie de triunfos electorales que sólo en este año se remontan al 7 de octubre, cuando en la elección presidencial más de 8 millones de electores votaron por la continuidad de Chávez a la cabeza del poder ejecutivo; y continuó con las elecciones regionales que, si bien le dieron el triunfo a Henrique Capriles en el Estado de Miranda –el débil líder que busca mantener cohesionada a la oposición y ventilarla de nuevos aires– el partido del presidente logró 20 gobernaciones de un total de 23. Más allá que uno comulgue o no con las ideas políticas del presidente Chávez, no es posible negar la posición política que ocupa en su país.
Sin embargo, Chávez también se ha convertido en el presidente ausente. Su enfermedad se ha llegado a ser un obstáculo importante que le ha impedido ejercer de manera continua el cargo. La imagen de Chávez está en grabaciones de sus discursos –en la concentración en Caracas de esa forma estuvo presente al cantar el himno nacional de Venezuela–, aparece en figuras de goma que sus adherentes llevan y que acompañaron una parte de la campaña presidencial. Es el líder que está ahí pero a la vez habita en otro lugar. Nicolás Madura, el delfín del chavismo, no expele el carisma ni el liderazgo del convaleciente presidente que, supuestamente, es capaz de entregar instrucciones desde Cuba. 

Se supone que este 10 de enero empezaba en Venezuela un nuevo periodo presidencial, en la que el presidente electo debía prestar juramento ante la Asamblea Nacional. Pero el Tribunal Supremo de Justicia dictaminó, básicamente, que dada la continuidad administrativa del poder ejecutivo no era necesaria una nueva juramentación (como llaman los venezolanos a la toma de posesión del cargo). Sin embargo, no existe acuerdo entre los juristas respecto a la constitucionalidad de esta resolución.  

Y es que el Tribunal Supremo de Justicia no responde a las características que debe tener un poder autónomo del Estado. Su composición es totalmente a favor del gobierno, al igual que la mayoría que el presidente tiene en la Asamblea Nacional. Cualquier mecanismo de pesos y contrapesos en el sistema institucional real de Venezuela hoy resulta una quimera.



De esa forma, la resolución del tribunal no es una sorpresa, pues dada su cercanía con el gobierno no iba a interpretar de otra forma el punto.

En todo caso, pareciera ser que donde sí existe cierto acuerdo es que Nicolás Maduro no se puede convertirse en un vicepresidente permanente y el tiempo que ocupe la primera magistratura en reemplazo de Chávez debe ser acotado. El vicepresidente, en Venezuela, es seleccionado por el presidente, a diferencia de lo que ocurre en Argentina o Brasil, donde compite de manera conjunta en las elecciones y los votantes deben elegir una fórmula.
El mismo tribunal señaló, de manera un tanto ambigua, que el permiso que tiene el presidente para no presentarse a jurar su tercer periodo bajo la Constitución Bolivariana es hasta que la condición sobreviniente desaparezca, es decir, se convierta en falta absoluta de acuerdo a lo que señala la propia ley fundamental o bien el presidente regrese al país. Brasil fijó su postura al señalar que:

La posición de Brasil no es menor. En tanto líder regional –o aspirante a– no puede aprobar que un país rompa el ordenamiento constitucional. Pero tampoco puede, abiertamente, confrontarse con su vecino recientemente incorporado al Mercosur. Lo llamativo es que para algunos la posición que adopta el TSJ puede llegar a ser tan amañada como la que adoptó el congreso paraguayo al destituir a Fernando Lugo, levantando una ola de voces respecto al supuesto golpe de Estado y activando los mecanismos de protección democrática de Mercosur y Unasur. Claramente, más allá de las causas jurídicas, en Venezuela no pasará lo mismo. El presidente electo es Chávez y eso es lo más preocupante, pues hasta ahora el gobierno está siendo ejercido por Nicolás Maduro. Algún tinte institucional se mantendría si la presidencia fuera asumida por el presidente de la Asamblea Nacional de manera interina, toda vez que él si posee la legitimidad democrática para ejercer un cargo de la naturaleza de la presidencia de la república.

Lo anterior pareciera revelar que dentro del PSUV sí existen conflictos y no sería raro que así fuera, pues el partido tiene una conformación tan heterogénea como la del Mesa de Unida Democrática. Decenas de grupúsculos que encontraron su punto de cohesión más poderoso en el discurso bolivariano del presidente Chávez, quien además actúa como mediador en tanto líder. Eso es clásico de los populismos. Cuando Ernesto Laclau –probablemente el más alto teórico del tema– habla del asunto releva la importancia de las cadenas de equivalencia que conforman los grupos y que les permite unirse a través del discurso del líder. Otros estudiosos del tema, como Kurt Weyland y Guy Hermet, hacen observaciones similares respecto del rol del líder, el cual además tiene poder sobre la masa a través de un discurso altamente carismático. De ahí que la ausencia del líder no pueda ser suplida fácilmente. A la muerte de Perón en Argentina no hubo un heredero de la presidencia hasta Menem, y después del colapso del sistema un discurso similar, con Néstor Kirchner, se alzó con el poder. Esa característica del populismo no es heredable y es extraño lo que ha ocurrido en el caso del matrimonio presidencial al frente de la nación argentina.

La ausencia de Chávez ciertamente que abre esos conflictos, pero además genera incertidumbre hacia el caribe y América Central. El presidente Chávez se ha convertido, a punta de petróleo barato, en un líder de importancia para la región. Le ha entregado cierta certidumbre energética a países que carecen totalmente de recursos y a la vez ha podido esparcir así el discurso bolivariano. De todas formas, a diferencia de lo que piensa Iván Moreira, Chávez está lejos de ser un factor desestabilizador en la región, pero tampoco es el líder más importante o quien ha puesto a América Latina en el mundo. Indiscutiblemente ese rol lo ha jugado Brasil.

Estamos ciertos en que el escenario es bastante complicado pues no sólo se trata de un aspecto jurídico. Es un error analizar la política exclusivamente respecto a lo que dice o no dice la Constitución. La ausencia del presidente tiene implicancias particulares a un nivel doméstico y en un nivel regional con énfasis en América Central y el Caribe. En América del Sur ese liderazgo parece más fuerte para el caso de Ecuador y Bolivia y menos en Argentina. Se debilita en el caso de Colombia, Perú o Chile. Sin embargo, el presidente ausente duele más para el caso de los venezolanos, pues más allá que el culto a la personalidad de escalofríos...

...es el presidente a quien los venezolanos han votado y, más allá de los análisis políticos, jurídicos o polítológicos, esa decisión democrática debe, por sobre todo, ser respetada en la medida que el presidente pueda ejercer el cargo para el que fue electo y la institucionalidad se mantenga en los límites del Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos.

domingo, 30 de diciembre de 2012

No basta con los frutos

Soy un convencido que a los gobiernos no corresponde evaluarlos sólo por lo que hacen o por los resultados que son capaces de ofrecer. Eso puede quedar para el mundo privado en el que, efectivamente, quien tiene el control mayoritario de las acciones, los títulos o como quiera que se exprese la propiedad de la compañía, puede tomar decisiones basándose en criterios estrictamente económicos y sin que sea una condición sine que non aunar criterios y alcanzar subóptimos que trasciendan la esfera financiera.

Los gobiernos hay que evaluarlos también respecto a cómo llevan a cabo su tarea. Los gobiernos deben lograr un inestable equilibro entre la gobernabilidad y la representatividad. Por mucho que la ciudadanía pida alguna política pública, las ataduras del poder democrático hacen que no siempre se puedan llevar a cabo lo que todos piden, pues es imposible dejarlos a todos contentos. Como decía Anatole France, no existen los gobiernos populares, pues gobernar es crear descontentos.

Woodrow Wilson ilustra esta situación en una analogía magistral en su trabajo El estudio de la administración, de 1887: En el gobierno, como en la virtud, lo más difícil es lograr el progreso. Antes, la razón de ello era que el soberano único era egoísta, ignorante y tímido, o tonto, aunque de vez en cuando apareciera uno sabio. Hoy, la razón es que los muchos, el pueblo, que son el soberano, no tienen un solo oído al que nos podamos acercar y son egoístas, ignorantes, tímidos, obcecados o tontos; con el egoísmo, la ignorancia, la obcecación, la timidez y las tonterías de varios miles, aunque haya centeneras de sabios.

Con Sebastián Piñera el país ha crecido a tasas cercanas a las que tuvimos a mediados de los 90 –con el eventual peligro de un recalentamiento de la economía–, se han creado cientos de miles de empleos, se han impulsado una serie de políticas públicas y hay otras en cartera. El gobierno ciertamente no ha sido inoperante, ha hecho cosas. Pero no podemos juzgar al gobierno sólo y exclusivamente por lo que ha hecho. Al menos no si queremos situarnos como observadores críticos de la política que nos rodea y no sólo como electores ocasionales o predicadores de alguna causa política.

Todo lo que ha hecho el gobierno no quita que el presidente sea políticamente incompetente y que quienes le rodean tengan poco conocimiento de lo que significa estar en el poder. Varias veces el ministro Larroulet, de SEGPRES, ha dicho que la concertación se ha dedica sólo a obstruir, revelando así la concepción desnaturalizada que tiene el ministro respecto al rol que deben jugar los actores políticos en un sistema democrático. No son pocos los miembros de este gobierno que parecen concebir al congreso como un buzón en el que los proyectos pasan con mínimas revisiones y a los tribunales de justicia como un obstáculo.

El gobierno desde un principio careció de una estructura ad-hoc para resolver conflictos políticos entre los partidos y para canalizar de forma adecuada su relación con el congreso y con la oposición. Cada fuente potencial de conflicto se transformó en un doloroso parto para el gobierno y llegó a ser un mantra decir que el gobierno apagaba los incendios con bencina, pues extrañamente fueron incapaces de manejar las crisis, las que crecieron como bolas de nieve y terminaron por aplastar la popularidad del presidente. Un gobierno que no sabe comportarse políticamente hablando es un mal gobierno, aunque haga muchas cosas. Aunque claro, es mejor que un gobierno políticamente incompetente y además inoperante.

Extrañamente, el liderazgo de Michelle Bachelet durante su gobierno no fue muy diferente al de Sebastián Piñera. A diferencia de lo que ocurrió durante los gobiernos de Aylwin, Frei y Lagos, en los que el presidente se situó convenientemente por sobre los partidos políticos y en su rol de jefe del gobierno llegó a ser también el líder de la coalición gobernante. Con la presidente Bachelet no fue así. Ella, al igual como ha ocurrido con Piñera, no actúo por sobre los partidos, sino que entre ellos e incluso bajo los dictados de los presidentes de partido.

Pero entre Bachelet y Piñera hay una diferencia capital que tiene que ver con las estructuras institucionales que cada coalición provee. La concertación fue capaz de generar desde el primer gobierno, bajo el liderazgo de Edgardo Boeninger, instituciones informales que ayudaban a buscar consensos dentro de la coalición y acuerdos políticos más allá de ella. A lo largo de los años, la concertación fue perfeccionando este mecanismo de concertación política, el que probablemente llegó a su cúspide durante el gobierno del presidente Lagos y las reformas constitucionales de 2005.

Esas mismas instituciones hicieron que el gobierno de Bachelet, sin ser el que mejor liderazgo ha mostrado, funcionase bien dentro de la serie de conflictos que se fueron desatando en los primeros meses de su mandato. Dicho de otra forma, la concertación aprendió a ser gobierno y perfeccionó un mecanismo que le ayudó a tener gobiernos exitosos y en donde las crisis fueron bien manejadas. Incluso en los peores momentos del presidente Lagos, luego de los escándalos de los sobresueldos a principios de la década pasada, se apeló a esas formas de resolver conflictos.

Recuerdo cuando en el verano de 2010 se hablaba de la forma que adoptaría el gobierno para relacionarse con los partidos y para conformar el cuerpo de asesores: el segundo piso. En algún momento el presidente dijo que aspiraba a formar algo parecido a lo que hizo el presidente Patricio Aylwin y Edgardo Boeninger, pues se trataba de inaugurar el mandato de una nueva coalición ausente del poder por 20 años. Creo que ese fue el primer error de este gobierno en este campo. ¿Por qué querer armar una estructura parecida a aquella que siguió después de la dictadura? Los tiempos políticos eran diferentes. Ya en otros escritos señalé lo infructuoso que sería para el gobierno aspirar a actuar como lo hizo el presidente Aylwin, quien gobernó en un momento único en nuestra historia reciente. Piñera y la derecha fueron incapaces de leer el momento político en el que se encuentra Chile hoy.

Al gobierno le quedan 14 meses. No aprenderá a hacer lo que en los años anteriores hicieron mal. Por más que digamos que este gobierno tiene una lista interminable de logros –algunos ciertos, otros irresponsablemente inflados– su gestión política debe estar entre las más malas de los últimos años. Y por más que algunos ciegamente digan que eso no importa, sino que por sus frutos los conoceréis, no podemos ignorar que si efectivamente la actitud política del gobierno fuera tan irrelevante, las encuestas mostrarían otra cosa.