Creo que la relevancia que en el
mediano plazo pueda tener la CELAC depende fundamental del comportamiento de
dos actores: Brasil y México. Ambos por sus características de grandes
potencias regionales y, de alguna forma, los dos polos más significativos entre
los que se mueve América Latina. Bien sabemos que este hecho ha sido explotado
de manera muy significativa por Brasil durante la última década, pues ha gozado
de condiciones particularmente favorables: un gobierno con claras aspiraciones
de política exterior, el boom de las materias primas generó un rápido
crecimiento económico, que a la vez permitió financiar una intensa agenda de
política doméstica para atacar problemas sociales como la pobreza y la
inseguridad, creando un clima propicio para el desarrollo y la inversión y la presencia global. A
ello hay que sumarle el que Brasil se tomó muy en serio su rol de potencia emergente, articulando alianzas
diplomáticas en foros internacionales e impulsando el rol global de los BRICS.
Del mismo modo, Brasil ha podido ir equilibrando su relación con América Latina
y su rol de líder regional con sus aspiraciones globales.
México, en cambio ha seguido un
camino mucho más errático en su relación con América Latina. Por un lado está
su inexorable cercanía con los Estados Unidos, que ha sido canalizado
principalmente a través del North America
Free Trade Agreement (NAFTA) y que se profundizó durante los gobiernos del
PAN de Vicente Fox y Felipe Calderón, a pesar de las tensiones que existen
entre ambos países, particularmente en lo relacionado a las migraciones
transfronterizas. A esto se suma la cooperación cercana y formal entre México y
los Estados Unidos en la guerra contra el narcotráfico, que sumió a varios
Estados del norte de México y por derivación al gobierno federal en un conflicto
armado que, además de ineficaz, ha dejado como saldo más de 60 mil muertos en
los últimos años.
Como aditivo a esta situación,
está el profundo encadenamiento de las economías mexicana con la estadounidense,
que llevó a que México se viera particularmente afectado por la recesión en los
Estados Unidos. Lo negativo de esto es que el NAFTA terminó por consolidar una
dependencia unidireccional de México hacia los Estados Unidos, con lo cual se vuelve más atractivo para los mexicanos diversificar su portafolio de exportaciones.
En consecuencia, el ascenso de
Brasil en la región vino acompañado por un constante alejamiento de México, que
profundizó sus lazos con los Estados Unidos. Es una especie de conjunción de
hechos que contribuyó al alzamiento de Brasil como líder regional y al ocaso de
México en América Latina, lo que evitó en los primeros años una rivalidad
cierta hacia el liderazgo que se planteó desde Brasilia para la región. En todo
esto Centroamérica quedó en un estado de parcial orfandad, la que fue llenada
con la ascensión de Venezuela que empezó a generar su propia esfera de
influencia en América Central y el Caribe.
Con el PRI de regreso en Los
Pinos se ha dicho de manera frecuente que México regresará la mirada hacia América Latina. El asunto es que hoy
América Latina es una región cambiada, cuenta con instituciones internacionales
relativamente estables que han formalizado la relación entre los principales
actores de la región y Brasil juega un preponderante rol en la articulación de
estas instituciones, particularmente del MERCOSUR y de UNASUR, así como de
otras iniciativas particulares creadas al alero de las dos más importantes.
En ese marco hay dos instancias
de las cuales México podría valerse para aterrizar en América Latina y empezar
a profundizar lazos nuevamente con los países del sur. El primero es la Alianza
del Pacífico, que plantea una serie de ventajas habida cuenta que dicho
organismo se crea bajo la aspiración más amplia de crear la TPP o Trans-Pacific
Parthnership, que busca crear una gran zona de libre comercio en todo el arco
del océano pacífico. Entre las utilidades que presenta está el hecho que México
no necesita prescindir de su relación con Estados Unidos para hacerse parte de
la Alianza del Pacífico. El NAFTA pasa a ser un eje complementario —al igual
que la alianza del pacífico— del potencial TPP en gestación. Esto cobra
particular importancia cuando tomamos en cuenta que la participación comercial
de México en América Latina ha sido notablemente baja en comparación con
Brasil, como se ve en los siguientes gráficos (Click para ver más grande. Fuente de los datos: CEPAL)
De esa forma, la Alianza para el
Pacífico, en una dimensión comercial, puede llevar a que México intensifique
sus relaciones comerciales con América Latina, aunque probablemente éstas no
lleguen en el corto plazo a los niveles de Brasil, debido a los volúmenes de
comercio que éste mantiene con Argentina, que concentran el 43,1% del comercio
intrarregional brasileño y además se llevan los principales productos industriales de
ambos países. De este modo, podría ser beneficioso para México buscar en el
mediano un tratado de libre comercio con Mercosur o bien que Alianza del
Pacífico busque construir un acuerdo de la misma naturaleza, incorporando de
esa forma a Brasil al bloque.
Pero la política exterior no debe
reducirse a la dimensión económica o comercial, aunque sea ésta uno de los
grandes incentivos que tienen los países para buscar construir alianzas
estratégicas entre ellos que contribuyan al desarrollo económico y social. La
dimensión política del regreso de México a América Latina podría estar marcada por el rol que juegue en CELAC. Sin embargo, al
carecer CELAC de cualquier institucionalidad formal —a diferencia de UNASUR o
MERCOSUR— su potencial para la región puede llegar a ser marginal, máxime
cuando intenta agrupar a subregiones que poseen intereses diversos en cuanto a
su propia posición relativa en América Latina: América Central, el Caribe y
América del Sur. Sumando a ello la exclusión de los Estados Unidos y Canadá,
que en el plano político marca una especie de autonomía simbólica
respecto a lo que sucede en la OEA, no obstante, en lo real, gran parte de los
países que forman CELAC mantienen profundos lazos con los Estados Unidos, no
sólo en términos comerciales, sino que además en asuntos relacionados con
migraciones, remesas y seguridad. Visto así, OEA sigue siendo un actor
significativo por institucionalizar esa relación.
Ahora bien, desde un punto de
vista particular la CELAC sí puede presentar cierta utilidad para algunos
países. México se podría beneficiar usando la organización como mecanismo para
fortalecer los lazos políticos con América Latina y en la ecuación parece claro
que si México quiere efectivamente volver a mirar al sur tendrá que exhibir
aquellas ventajas que puede ofrecer a los países sudamericanos, por un lado un
mercado de 120 millones de habitantes y una economía que lucha por situarse en
el segundo socio comercial de Estados Unidos, después de Canadá, y desafiando a
China. ¿Qué interés tienen los países sudamericano de mirar de formas más atractiva a México?
En mi opinión, México debería hacer un esfuerzo
por mostrarse cercano a América Latina pero sin buscar rivalizar con Brasil. En
un escenario de confrontación entre las dos principales economías
latinoamericanas, México no tiene mucho que ofrecer debido a su lejanía de las
economías secundarias más importantes de la región, todas colindantes o muy
cercanas a Brasil: Colombia, Argentina, Chile y Perú. En un escenario de
complementariedad podríamos perfectamente enfrentarnos a una región bipolar en
la que Brasil y México compartan algún nivel de liderazgo, aunque para eso
parece haber un camino importante que recorrer aún, sobre todo porque México no
goza del prestigio global del que sí puede disfrutar Brasil. Aunque como primer
paso para llegar a una posición regional de prestigio, CELAC puede ser una
herramienta útil aunque, a mi juicio, no tanto como podría serlo, en una primera instancia, la Alianza para el Pacífico.