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viernes, 11 de enero de 2013

El presidente ausente

La manifestación que vimos hoy en Caracas se  ha convertido en una nueva reafirmación respecto del indiscutido liderazgo que tiene Hugo Chávez entre los electores venezolanos y pasa a ser la confirmación de una serie de triunfos electorales que sólo en este año se remontan al 7 de octubre, cuando en la elección presidencial más de 8 millones de electores votaron por la continuidad de Chávez a la cabeza del poder ejecutivo; y continuó con las elecciones regionales que, si bien le dieron el triunfo a Henrique Capriles en el Estado de Miranda –el débil líder que busca mantener cohesionada a la oposición y ventilarla de nuevos aires– el partido del presidente logró 20 gobernaciones de un total de 23. Más allá que uno comulgue o no con las ideas políticas del presidente Chávez, no es posible negar la posición política que ocupa en su país.
Sin embargo, Chávez también se ha convertido en el presidente ausente. Su enfermedad se ha llegado a ser un obstáculo importante que le ha impedido ejercer de manera continua el cargo. La imagen de Chávez está en grabaciones de sus discursos –en la concentración en Caracas de esa forma estuvo presente al cantar el himno nacional de Venezuela–, aparece en figuras de goma que sus adherentes llevan y que acompañaron una parte de la campaña presidencial. Es el líder que está ahí pero a la vez habita en otro lugar. Nicolás Madura, el delfín del chavismo, no expele el carisma ni el liderazgo del convaleciente presidente que, supuestamente, es capaz de entregar instrucciones desde Cuba. 

Se supone que este 10 de enero empezaba en Venezuela un nuevo periodo presidencial, en la que el presidente electo debía prestar juramento ante la Asamblea Nacional. Pero el Tribunal Supremo de Justicia dictaminó, básicamente, que dada la continuidad administrativa del poder ejecutivo no era necesaria una nueva juramentación (como llaman los venezolanos a la toma de posesión del cargo). Sin embargo, no existe acuerdo entre los juristas respecto a la constitucionalidad de esta resolución.  

Y es que el Tribunal Supremo de Justicia no responde a las características que debe tener un poder autónomo del Estado. Su composición es totalmente a favor del gobierno, al igual que la mayoría que el presidente tiene en la Asamblea Nacional. Cualquier mecanismo de pesos y contrapesos en el sistema institucional real de Venezuela hoy resulta una quimera.



De esa forma, la resolución del tribunal no es una sorpresa, pues dada su cercanía con el gobierno no iba a interpretar de otra forma el punto.

En todo caso, pareciera ser que donde sí existe cierto acuerdo es que Nicolás Maduro no se puede convertirse en un vicepresidente permanente y el tiempo que ocupe la primera magistratura en reemplazo de Chávez debe ser acotado. El vicepresidente, en Venezuela, es seleccionado por el presidente, a diferencia de lo que ocurre en Argentina o Brasil, donde compite de manera conjunta en las elecciones y los votantes deben elegir una fórmula.
El mismo tribunal señaló, de manera un tanto ambigua, que el permiso que tiene el presidente para no presentarse a jurar su tercer periodo bajo la Constitución Bolivariana es hasta que la condición sobreviniente desaparezca, es decir, se convierta en falta absoluta de acuerdo a lo que señala la propia ley fundamental o bien el presidente regrese al país. Brasil fijó su postura al señalar que:

La posición de Brasil no es menor. En tanto líder regional –o aspirante a– no puede aprobar que un país rompa el ordenamiento constitucional. Pero tampoco puede, abiertamente, confrontarse con su vecino recientemente incorporado al Mercosur. Lo llamativo es que para algunos la posición que adopta el TSJ puede llegar a ser tan amañada como la que adoptó el congreso paraguayo al destituir a Fernando Lugo, levantando una ola de voces respecto al supuesto golpe de Estado y activando los mecanismos de protección democrática de Mercosur y Unasur. Claramente, más allá de las causas jurídicas, en Venezuela no pasará lo mismo. El presidente electo es Chávez y eso es lo más preocupante, pues hasta ahora el gobierno está siendo ejercido por Nicolás Maduro. Algún tinte institucional se mantendría si la presidencia fuera asumida por el presidente de la Asamblea Nacional de manera interina, toda vez que él si posee la legitimidad democrática para ejercer un cargo de la naturaleza de la presidencia de la república.

Lo anterior pareciera revelar que dentro del PSUV sí existen conflictos y no sería raro que así fuera, pues el partido tiene una conformación tan heterogénea como la del Mesa de Unida Democrática. Decenas de grupúsculos que encontraron su punto de cohesión más poderoso en el discurso bolivariano del presidente Chávez, quien además actúa como mediador en tanto líder. Eso es clásico de los populismos. Cuando Ernesto Laclau –probablemente el más alto teórico del tema– habla del asunto releva la importancia de las cadenas de equivalencia que conforman los grupos y que les permite unirse a través del discurso del líder. Otros estudiosos del tema, como Kurt Weyland y Guy Hermet, hacen observaciones similares respecto del rol del líder, el cual además tiene poder sobre la masa a través de un discurso altamente carismático. De ahí que la ausencia del líder no pueda ser suplida fácilmente. A la muerte de Perón en Argentina no hubo un heredero de la presidencia hasta Menem, y después del colapso del sistema un discurso similar, con Néstor Kirchner, se alzó con el poder. Esa característica del populismo no es heredable y es extraño lo que ha ocurrido en el caso del matrimonio presidencial al frente de la nación argentina.

La ausencia de Chávez ciertamente que abre esos conflictos, pero además genera incertidumbre hacia el caribe y América Central. El presidente Chávez se ha convertido, a punta de petróleo barato, en un líder de importancia para la región. Le ha entregado cierta certidumbre energética a países que carecen totalmente de recursos y a la vez ha podido esparcir así el discurso bolivariano. De todas formas, a diferencia de lo que piensa Iván Moreira, Chávez está lejos de ser un factor desestabilizador en la región, pero tampoco es el líder más importante o quien ha puesto a América Latina en el mundo. Indiscutiblemente ese rol lo ha jugado Brasil.

Estamos ciertos en que el escenario es bastante complicado pues no sólo se trata de un aspecto jurídico. Es un error analizar la política exclusivamente respecto a lo que dice o no dice la Constitución. La ausencia del presidente tiene implicancias particulares a un nivel doméstico y en un nivel regional con énfasis en América Central y el Caribe. En América del Sur ese liderazgo parece más fuerte para el caso de Ecuador y Bolivia y menos en Argentina. Se debilita en el caso de Colombia, Perú o Chile. Sin embargo, el presidente ausente duele más para el caso de los venezolanos, pues más allá que el culto a la personalidad de escalofríos...

...es el presidente a quien los venezolanos han votado y, más allá de los análisis políticos, jurídicos o polítológicos, esa decisión democrática debe, por sobre todo, ser respetada en la medida que el presidente pueda ejercer el cargo para el que fue electo y la institucionalidad se mantenga en los límites del Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos.

jueves, 24 de mayo de 2012

¿Qué le falta a la oposición venezolana?


Ningún partido debería renunciar a ser gobierno. O al menos, a formar parte de una coalición que le permita acceder a ciertas posiciones de poder al interior de un gobierno. Ni siquiera los partidos más pequeños deberían desechar alguna oportunidad de formar una coalición y defender o impulsar ciertas políticas desde puestos ejecutivos. Cualquier partido que renuncie a eso dejaría de cumplir una función esencial de representación. No se trata que un partido se vaya a convertir en gobierno con el sólo hecho de aspirarlo, debe también buscar los mecanismos que le permitan convertirse en una alternativa de gobierno para los electores, congraciarse con ellos. Un partido podrá aspirar a ser gobierno pero si es incapaz de movilizar votantes sus esfuerzos serán vanos.

Algo así le pasa a la oposición en Venezuela.

Henrique Capriles, gobernador del Estado de Miranda se convertirá en el tercer candidato de la oposición que desafía al presidente Hugo Chávez desde la vigencia de la Constitución de 1999. Ni Francisco Arias Cárdenas, en 2000, ni Manuel Rosales, en 2006, pudieron arrebatarle a Chávez su sueño bolivariano. La gran pregunta que surge ¿Irá a poder Capriles? ¿Qué elementos tiene la oposición a su favor? ¿Cuáles en contra?

Si hay algo que le ha faltado a la oposición en Venezuela desde el triunfo de Hugo Chávez en 1998 hasta hoy es capacidad para movilizar electores, a diferencia de Chávez, quien elección tras elección ha aumentado su caudal electoral en términos relativos y absolutos. Si en 1998 Hugo Chávez y Enrique Salas Römer sumaron 6.461.414 votos, en 2006 Hugo Chávez y Manuel Rosales alcanzaron 11.601.546 votos. Entre ambas elecciones hubo un total de 5.140.132 votos nuevo, un crecimiento de un 79,5%, de los cuales 3.635.395, un optaron por Hugo Chávez, mientras que sólo 1.504.737 se decantaron por los candidatos de la oposición. Es decir, el caudal electoral de Hugo Chávez creció en 8 años un 98,9%, mientras que el de la oposición creció un 53,9%.

Si agregamos a la serie la elección legislativa de 2010, tenemos que entre la coalición encabezada por el PSUV y la Mesa de Unidad Democrática, sumaron 10.743.688, un 7,4% menos de votantes que en la presidencial de 2006, sin embargo, la distribución fue mucho más pareja, pues la oposición obtuvo 5.320.364 votos, 1.130.858 votos más que en la presidencial de 2006, lo que significa un crecimiento de un 26,3%. En tanto, el oficialismo obtuvo 5.423.324 votos, lo que equivale a 1.885.756 votos menos que en 2006, lo que se traduce en un decrecimiento de un 25,8%. ¿Podríamos decir que todos quienes no votaron por Chávez votaron por la oposición? Claramente no, pues no disponemos de evidencia para ello. Lo que sí podemos decir es que el escenario político cambió y el punto de inflexión lo podemos situar en 2007, cuando el presidente Chávez sufrió la primera derrota electoral durante su mandato.

El año 2007 el intento de Chávez por aprobar una reforma constitucional que le permitiera reelegirse indefinidamente provocó una movilización que no se había visto hasta entonces. Si hasta el año 2005 quienes integraban la oposición tenían serios lazos con el stablishment puntofijista que se derrumbó durante los 90 y se codeaban con los gremios industriales y comerciales del país; a partir del año 2007 se empieza a producir una notable entrada de nuevos rostros y líderes a la oposición, fundamentalmente por la eclosión de movimientos estudiantiles que se organizaron y protestaron contra las aspiraciones reeleccionistas de Chávez —las que de todas formas se concretaron en un referéndum en 2009. Este hecho probablemente ha permitido renovar las bases electorales y programáticas de la oposición y ha deslegitimado las posturas más reaccionarios contra el gobierno que convivían aún hasta el 2005 con posiciones más moderadas que querían aceptar el arreglo institucional de Chávez e intentar derrotarlo mediantes las urnas y no con la violencia gremial o con asonadas militares. Aún está fresco en la memoria el golpe de febrero de 2002, que sacó al presidente del Palacio de Miraflores por dos días y que se convirtió en el hecho más simbólico de la polarización política en Venezuela. Y, de ese mismo año, la asonada de la Plaza Altamira, que también reclamó la renuncia del presidente y dio pie a una larga movilización que intentó presionar esa dimisión. En más de un discurso Hugo Chávez ha aludido a alguno de estos hechos, incluso de manera muy reciente.

Sin duda, lo anterior es algo a favor. Podríamos pensar que la gente está con Chávez porque no ve en la oposición una alternativa lo suficientemente nueva para gobernar. Se le sigue relacionando con el antiguo pacto de punto fijo. Y el presidente no escatima ningún esfuerzo por poner constantemente a la oposición como enemigo del pueblo y como aliados del imperialismo. Si mediante esta renovación la oposición empieza a ser percibida como una opción, las probabilidades de alcanzar la presidencia aumentan.  

Pero en contra hay varias cosas más. La oposición ha sido sometida constantemente a procesos eleccionarios, que desgastan y que han obligado a los movimientos y partidos que la componen a estar permanentemente movilizados para motivar electores a votar, con resultados exiguos en la mayoría de los casos. Eso no deja tiempo para el desarrollo programático y para el ejercicio opositor adecuado. La lucha electoral termina siendo parte del devenir político. En 14 años, desde 1998, los venezolanos han ido a votar 20 veces.

En contra tienen también al Estado. Y es que hoy la figura del presidente se ha mimetizado con un Estado que, a su vez, está atravesado por el partido. Saber dónde termina el Estado venezolano y empieza el PSUV hoy es algo difícil. Eso ha permitido que el gobierno goce de una serie de recursos políticos y económicos para repartir entre sus adherentes, muchos de ellos con plena discrecionalidad presidencial. En consecuencia, posee también una gran facilidad para generar redes clientelares con los sectores más bajos del electorado, que son aquellos donde justamente la oposición no ha podido entrar.

Según el diario El Universal, Henrique Capriles, inscribirá su candidatura presidencial el 10 de junio. Tiene un camino empinado por delante, pero ciertamente tiene algunas cosas a su favor, de las que no gozaron los antiguos aventureros que emprendieron la senda del desafío a la hegemonía bolivariana. Su triunfo no está garantizado. Pero eso es lo de menos. Porque las cosas parecen indicar que, por primera vez desde que llegó al poder, el triunfo chavista tampoco es seguro. 
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