América Latina es un continente con una serie de desafíos y problemas sociales, vivimos en la región con las más profundas desigualdades sociales, la estabilidad política y democrática es tambaleante en muchos países y con la crisis financiera de 2009 hay nueve millones de personas que han caído bajo la línea de la pobreza, es decir, hay 189 millones de pobres en la región. (CEPAL, 2009).
Esta desigualdad, sin embargo, no solo está expresada en términos de injusticia social en la población, sino que además en el desarrollo de los países y en las potencialidades de estos para alcanzar niveles de crecimiento tal que los problemas sociales puedan ser enfrentados y sus consecuencias en la población ser mitigadas con la actuación de los Estados. Un ejemplo de esto es la desigual capacidad de producción de energía entre nuestros países.
La producción energética es uno de los aspectos claves que permitirán el crecimiento de la región en los próximos años, el cual se traduciría en mayores capacidades para enfrentar los problemas sociales, no obstante, la inversión en infraestructura energética y la generación de incentivos adecuados para el apoyo de la inversión no está exenta de obstáculos, los que son, en general los mismos que enfrentan la mayoría de los países en vías de desarrollo y que se enmarcan en la necesidad de desarrollar energías limpias y sustentables que empiecen a relevar la primacía de los combustibles fósiles.
En términos más particulares, América Latina enfrenta dificultades políticas y jurídicas importantes que ponen grandes desafíos a la integración energética. La seguridad jurídica y la solidez institucional que son capaces de ofrecer algunos países de la región son insuficientes para generar las confianzas que una integración sostenible requiere. Tal es el caso del corte unilateral de suministro de gas desde a Argentina a Chile en 2007 o el alza de los precios del gas natural boliviano a Brasil y Argentina (Le Calvez, 2008)
Hay entre los países de la región una importante desigualdad entre el potencial energético y el consumo de ésta, algo fundamentalmente dado por los dispares niveles de desarrollo entre los países. Según Zanoni (2006) el consumo eléctrico ha subido un 3,7% en los últimos años, pero aún está lejos de la media de consumo de los países desarrollados. El petróleo, además, representa el principal energético de la región tanto para consumo domestico como para la exportación y Venezuela y Brasil son los países con las mayores reservas. Lo anterior le entrega una potente arma de diplomacia al líder venezolano, Hugo Chávez, quien la ha usado profusamente sobretodo hacia el Caribe, vendiendo petróleo a través de créditos blandos y expandiendo las ideas del ALBA a través de la misma herramienta. La creación de Petroamérica es una idea fuertemente promovida por el gobierno Venezolano, pero que solo ha tenido una acogida importante en el Caribe, siendo Petrocaribe la única empresa que cuenta con un soporte institucional potente. Tanto Petrosur como Petroandina, son iniciativas que van en la misma línea, pero que no han podido concretarse.
En este punto es necesario hacer una importante diferenciación. Le Calvez (2008, pág. 9) define integración energética como un proceso de interconexión estratégica de las redes de energía en corredores internacionales, que permite bajo un marco normativo común y servicios adecuados, su circulación fácil y eficiente, dentro de un determinado espacio de integración. De acuerdo a esta definición, las ideas que plantea Hugo Chávez respecto de la integración energética enmarcada en el ALBA son en realidad conceptos de cooperación entre Estados, a través de la transferencia de tecnología, la creación de empresas binacionales o la venta de petróleo a precios rebajados. Algo más parecido a integración sería lo que sucedió entre Chile y Argentina en la segunda mitad de los 90, con la construcción de la infraestructura y los acuerdos necesarios, los cuales fracasaron 10 años después.
Ahora bien, la integración es un proceso bastante más complejo que la construcción de la infraestructura adecuada, es necesario acompañar la idea de integración de un desarrollo mancomunado de políticas de desarrollo económico para que la inversión en infraestructura y los costos de transacción que impliquen los contratos y acuerdos resulten coherentes y, ergo, más beneficiosos para las partes. Es así como se pueden utilizar las grandes potencialidades de América Latina para producir energía, pero que a la vez permitan armonizar el desarrollo de nuestros países, para avanzar hacia sociedades más ricas pero, a la vez, más justas.
Para avanzar hacia objetivos de integración más completos y transversales, uno de los grandes desafíos es dejar de lado las diferencias políticas para mirar por sobre los intereses nacionales hacia objetivos de carácter regional que propendan a beneficiar a todos nuestros países, aprovechando las ventajas comparativas o el know how que cada Estado pueda tener en la materia. Con la consolidación de gobiernos de derecha en la región, se pone una cuota mayor de dificultad a iniciar procesos integracionistas, debido a los antagonismos que se pueden producir entre algunos gobiernos.
Por ejemplo, entre Chile y Argentina se podría crear una empresa binacional en la que los Estados chileno y argentino tengan participación y, para evitar que alguno de los dos países tenga el control mayoritario, algún organismo internacional como el Banco Interamericano del Desarrollo también actúe como accionista. Dicho mecanismo se podría instaurar mediante
A través de este tipo de organizaciones sería posible, en el corto plazo, realizar inversiones para aumentar la capacidad productiva de gas natural en Argentina y, en el mediano y largo plazo, desarrollar energías alternativas a los combustibles fósiles aprovechando importantes potenciales de ambos países: el desierto de atacama para desarrollar energía solar y la pampa argentina para la energía eólica. Asimismo, existe una importante infraestructura instalada que permitiría llevar gas hacia Argentina, luego de que en nuestro país se pusiera en marcha la planta de GNL Quintero. Al mismo tiempo, un proceso de integración energética en el cono sur debe ir acompañado de otras medidas y, en tal sentido, Chile y Argentina han firmado hace poco un tratado de integración y cooperación que tiene características inéditas en el continente y apunta a una serie de medidas económicas, de conectividad, entre otras, (El país, 2009) que vendrían a complementar lo que acá se ha propuesto en forma breve.
Modelos similares se podrían emular entre otros países, de modo de generar un desarrollo gradual de experiencias integracionistas que permiten la construcción de confianzas y la superación de las barreras que pone la debilidad institucional de algunos países. Algún organismo, como el BID o UNASUR, podría actuar como garante de los acuerdos, los cuales además, tendrían que incluir los enforcement necesarios para que las instituciones sean confiables.
Las ventajas de la integración son sumamente importantes. La alta inversión que se requiere para desarrollar energías limpias y sustentables puede resultar, en muchos casos, viable económicamente sólo en la medida que los mercados se sumen y, además, se generen políticas de expansión de servicios para que más personas tengan acceso a la energía y las industrias también puedan tener al alcance energía limpia y barata. En ese mismo contexto, la integración de los mercados de bienes, el desarrollo de planes energéticos comunes y la cooperación tecnológica entre los países redunda en un mayor potencial industrial de los países latinoamericanos.
Los procesos de integración son tan complejos y transversales y la energía una herramienta tan potente de crecimiento y desarrollo que debemos ser capaces de levantar la cabeza y mirar por sobre las diferencias políticas e ideológicas, generando instituciones que propendan hacia el beneficio armónico de nuestros pueblos y que superen la mera cooperación o “diplomacia asistencialista”. La generación de riqueza para nuestros países requiere de la actuación sistémica de los Estados, porque solo haciéndonos más ricos podremos combatir los mayores problemas de la región: la pobreza, el desempleo y la desigualdad; cosas que son inherentes a todos los países de América Latina y que deberían, en definitiva, estar en el centro de nuestros esfuerzos por generar un mejor lugar para vivir.
CEPAL. (2009). Panorama Social de América Latina. Santiago de Chile: CEPAL.
El país. (30 de octubre de 2009). Diario El País. Recuperado el 28 de enero de 2010, de elpais.com:
Le Calvez, M. (2008). La integración energética en la región latinoamericana desde la perspectiva bolivariana: estudio de sus fundamentos, procesos y necesidades. Quito: FLACSO.
Zanoni, J. R. (2006). ¿Qué pueden hacer las políticas energéticas por la integración? Nueva sociedad , 176-185.
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