jueves, 27 de mayo de 2010

El bicentenario de La Argentina: Entre la confrontación política y el desarrollo frustrado

Argentina terminó recientemente los festejos de su bicentenario. Según el diario La Nación de Buenos Aires, las celebraciones habrían sacado más de dos millones de personas a las calles porteñas, convirtiéndose así en el acto más multitudinario en la historia de la nación trasandina. Sin embargo, la contingencia que se vive en Argentina hizo que el bicentenario dejara cierto saber amargo por las confrontaciones políticas entre la Presidenta Cristina Fernández y el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires Mauricio Macri. De manifiesto quedó el quiebre entre la Casa Rosada y el Gobierno de la Ciudad, con la ausencia de la presidenta de la Nación a la reapertura del teatro Colón.

Sin embargo, Argentina debería tener otro dolor, más profundo y de más largo plazo que le quitaría varios motivos para celebrar. Las palabras que Enrique Mac Iver pronunció para el centenario de nuestro país serían también aplicables hoy al caso argentino. Sobretodo si se comparara la Argentina de principios del siglo XX y la Argentina de 2010. En realidad, más que el hecho de ser una nación independiente, Argentina tiene bien poco que celebrar.

Hacia fines del siglo XIX y después de un periodo de conformación del Estado que demoró más de 40 años, la nación Argentina aspiraba a ser uno de los grandes países de América Latina. El delta del Río de la Plata era un foco de desarrollo y crecimiento (tanto Montevideo como Buenos Aires eran tremendamente prósperos en las postrimerías del S.XIX) y las pampas y llanuras que producían productos agrícolas y ganado le habían valido el apelativo de “granero del mundo” a nuestros vecinos.

Joseph Stigilitz, en una conferencia que dio en Ciudad de Mexico a en 1981, señalaba que Argentina a principios de siglo era la ‘nación del futuro’ y que en 1980 se había convertido en uno de los casos más paradigmáticos del desarrollo frustrado.

Y es que Argentina se encontraba dentro de las naciones más desarrolladas y prósperas del mundo, su nivel de vida era similar al de países europeos e incluso superaba a España e Italia. La movilidad social era notable, la conformación de una extendida clase media fue muy temprana y Argentina no tuvo los grandes problemas sociales que, por ejemplo, vivimos en Chile durante el mismo periodo.

Buenos Aires, hasta el día de hoy, conserva un cierto aire europeo, fruto de las grandes oleadas de inmigrantes que arribaron a la ciudad atraídos por el crecimiento del comercio, la actividad económica y la movilidad social. Era más sencillo llegar a prosperar en Argentina que en algún país industrializado del viejo mundo.

Pero algo le pasó a Argentina y probablemente esta columna no sea permita hacer un análisis detallado de las razones que llevaron a Argentina al borde del abismo. Vale la pena mencionar, en todo caso, la debilidad institucional de un país que vivió acosado por los populismos y las dictaduras militares desde el año 1930. El enorme gasto fiscal y el crecimiento desmedido del Estado que se en la época de Perón hipoteca gran parte del potencial institucional de la nación y, con ello, sus perspectivas futuras de desarrollo. Y esto tiene su raíz en la desigualdad política que existía entre los habitantes de las provincias y las clases medias y obreras de las zonas urbanas. Una serie de errores políticos y gubernamentales que mellaron la representatividad de las grandes ciudades (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe) se convirtió en el caldo de cultivo para que los habitantes urbanos exigieran por la fuerza o a través de canales políticos atípicos la representación política que sistemática se les había negado.

De los 80 hacia adelante la historia es más o menos conocida. La guerra de Las Malvinas pone fin a las dictaduras militares, pero Alfonsín no alcanza a terminar su periodo de gobierno por los escenarios de hiperinflación de fines de los 80 y Menem le da una pequeña fiesta a La Argentina durante el crecimiento de los 90, episodio que termina violentamente con la crisis de 2001.

Hoy Argentina no está mejor que hace 100 años. Hoy hay más pobres que en 1910, hoy las institucionalidad es más débil que en 1910 y lo que probablemente es peor. Hoy Argentina promete menos que en 1910. Nadia o muy pocos se atreverían a decir, en 2010, que Argentina es una nación para el futuro y las serias divisiones que existen entre Macri, Cobos y Fernández solo son muestra del deterioro institucional de Argentina y mientras no vuelva la confianza y la credibilidad en las instituciones –más allá de la confianza en gobiernos o en organismos particulares- la apuesta que se hace por Argentina resulta, en el mejor de los casos, conservadora.

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