viernes, 10 de septiembre de 2010

La Colombia de Juan Manuel Santos: Más cerca de Lagos que de Piñera

El triunfo de Juan Manuel Santos en las últimas elecciones de Colombia que lo llevaron a la presidencia del país dieron para muchos la impresión de sucesión que se producía entre Álvaro Uribe y Santos; una especie de designación previa para que Uribe se mantuviera, al menos de forma indirecta, en el poder ante la imposibilidad de reelegirse para un nuevo periodo. En algún momento creí que se daría algo parecido a lo que ocurre en Rusia entre Putin y Medvedev, donde el primero sigue ocupando cargos de poder y se configura una especie de bicefalidad en el poder del gobierno ruso, aun cuando el presidente y el primer ministro tienen competencias diferentes en el semi presidencialismo moscovita.

Álvaro Uribe se transformó en un político pragmático que si bien inició su carrera en el partido liberal se fue acercando progresivamente a la derecha conservadora e incluso se crean movimientos políticos instrumentales que le permiten hacerse de la base electoral necesaria para alcanzar y mantenerse en el poder, que decantan finalmente en el “Partido de la U” que agrupa a uribistas que salieron de los partidos tradicionales de Colombia.

Uribe marcaba la diferencia en las fotos de los líderes de Sudamérica. Cuando desde Chávez y Evo Morales, hasta Lagos, Bachelet y Lula Da Silva, todos los países de la región tenían líderes de orientación más hacia la izquierda, reconocidos progresistas que se dedicaban a desarrollar redes con los líderes socialdemócratas de la vieja Europa. 

Uribe estaba solo, su condición le valió deslices diplomáticos con sus vecinos: Chávez y Correa. Sus aliados estaban más allá de América Latina, en la Casa Blanca con Bush o en Paris con Sarkozy. Y desde dentro de su gobierno la figura de Juan Manuel Santos, que directa o indirectamente estaba ligado con situaciones, cuando menos controvertidas y, cuando más, altamente reprochables.

Uribe en su momento rechazó la utilidad de los partidos políticos en el proceso democrático y dejando de manifiesto así la visión instrumental de su propio partido en particular y también dejando entrever algunos rasgos populistas, como la desintitucionalización partidaria y la relación directa con los electores.

Pero, en su estilo y bajo sus promesas, Álvaro Uribe fue exitoso. Logró avances importantes en la seguridad del país, alcanzó una alta popularidad y volvió a generar confianzas en inversores extranjeros que regresaron a Colombia. Si bien hay una serie de deudas sociales en cuanto a pobreza, desempleo y desigualdad; el Estado colombiano tiene problemas desconocidos en Chile y que ponen en riesgo la estabilidad del mismo Estado: la incapacidad de controlar todo el territorio.

Y aún más, logró posicionar en la opinión pública  a un miembro de sus propias filas para alcanzar al poder. Pero en los hechos pareciera que Santos es más autónomo de lo que a los uribistas les habría gustado y se ha empezado a manejar con otros códigos. Si Álvaro Uribe estaba ideológicamente más cerca de Sebastián Piñera,  Santos parece alejarse hacia la izquierda y acercarse a lo que en Chile fue la figura de Ricardo Lagos.

La idea de la tercera vía ha identificado, implícita o explícitamente, a varios gobernantes de América Latina, ya sea por las circunstancias políticas que obligaron a buscar mecanismos capaces de generar consensos políticos y asegurar la gobernabilidad; o bien porque han sido presidentes que no se han identificado con la izquierda o la derecha y han decantado en la centrista propuesta de Giddens, sacando lo que consideran mejor de la derecha y de la izquierda y canalizándolo a través de un partido político que ocupa el centro y que tiende a ocupar las facciones más disidentes de los partidos de izquierda y derecha.

Lagos parece haber sido víctima de las circunstancias políticos-partidistas en su acercamiento a la tercera vía. No digo que Ricardo Lagos haya sido una fiel expresión de los planteamientos de Giddens. En varios sentidos actúo de forma más pragmática que ideológica y durante su gobierno los privados cobraron mayor protagonismo en la prestación de servicios públicos y la idea de las alianzas público-privadas empieza a despegar con más fuerza. 

Santos es de la línea más cercana a la tercera vía. Ha desarrollado trabajos con Tony Blair respecto de esas ideas y en sus primeros días de gobierno se ha alejado de varias de las ideas que Uribe llevara a cabo. Además, es mucho más cercano a la clase política tradicional colombiana, tal como se señala en un reportaje en la revista DEF de agosto de 2010, cree en la política y en la institucionalización de los partidos como mecanismos para profundizar la democracia.

Pero hay un elemento de desafío en todo esto. La base electoral que llevó a Santos al poder es la de Uribe, aquella que vio como los planes de seguridad del gobierno anterior de Colombia reducían el accionar de las FARC y del narcotráfico; el mismo apoyo político a Santos le viene desde el uribismo. ¿Cómo podrá el actual presidente de Colombia lograr un equilibrio entre las expectativas de continuidad que justificadamente pueden tener los colombianos y su idea o hasta necesidad de instalar su propio estilo en la presidencia, haciéndose cargo de los problemas no resueltos? ¿Es posible asegurar la gobernabilidad en este escenario? ¿Cómo se configurarán las relaciones con sus vecinos, tan deterioradas en algún momento? Son preguntas que puede que por ahora resulte audaz responderlas, no obstante, existe un desafío para equilibrar continuidad y autonomía e innovación presidencial, después de 8 años de gobierno uribista.

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