martes, 21 de junio de 2011

El sueldo mínimo, la calidad del empleo y la inflación

La discusión sobre el sueldo mínimo se centra todos los años en los efectos que un alza muy pronunciada puede provocar en los equilibrios macroeconómicos –particularmente la inflación– y también en el nivel del empleo. Lo primero tiene que ver con la productividad, pues la teoría nos señala que los sueldos suben en la medida que aumenta la productividad de los empleos, de no ser así, se estarían alimentando escaladas de inflación producto de la mayor cantidad de dinero circulante en la economía sin un correlato de producción.

Lo segundo tiene que ver con que las empresas que mayormente contratan a sus trabajadores por el sueldo mínimo son micros, pequeñas y medianas empresas que no podrían enfrentar un alza del sueldo mínimo mucho más alta que el crecimiento de la productividad y por lo tanto la solución sería despedir trabajadores dejándolos en una situación de mayor vulnerabilidad. El razonamiento es algo así como “ganan poco, pero peor sería que ganaran nada”.

Este supuesto equilibrio nos lleva a varias ideas que no se toman en cuenta a la hora de la discusión del corto plazo, pues ésta se centra en cuánto puede crecer el sueldo mínimo en un conflicto de suma cero donde las posiciones del gobierno y de los trabajadores se contraponen.

La primera idea es la calidad de los empleos en Chile y las posibilidades que tienen para volverse más productivos. Un estudio de Kirsten Sehnbruch y Jaime Ruiz-Tagle realizado para la subsecretaria del trabajo el año 2009 demostró que cerca de un 60% de los empleos en Chile son precarios, definidos éstos como empleos poco productivos, mal remunerados y sin las condiciones adecuadas de protección social.

La pregunta luego es por qué estos empleos son pocos productivos y la respuesta más plausible es que la economía chilena se sustenta en gran parte gracias a sectores económicos y a industrias que producen empleos de mala calidad. Las industrias de servicios, retail, agricultura de baja productividad y, por cierto, micro, pequeñas y medianas empresas con una baja productividad. La economía chilena produce este tipo de empleos, en parte porque el desarrollo de sectores económicos más productivos y sofisticados es escaso y porque la inversión en mejoramiento del capital humano desde el punto de vista técnico no es suficiente para alcanzar trabajadores mejor preparados –y más productivos– para los empleos que hoy existen.

La segunda idea tiene relación con el insuficiente alcance del alza anunciada por el gobierno para restituir el poder adquisitivo de los trabajadores que reciben el sueldo mínimo. Bajo la lógica que un alza de esta variable debería ir en línea con la inflación acumulada –aunque también se ha dicho que debe ir en línea con la inflación proyectada– para devolverle a los trabajadores el poder adquisitivo que la moneda va perdiendo con el alza de los precios de los productos y también en línea con el crecimiento de la productividad (Ministerio de Hacienda 16/06), de modo que a mayor productividad aumente el poder adquisitivo de los trabajadores, se nos presenta el siguiente escenario.

El alza aprobada en la cámara baja fue de un 5,5%, lo cual deja el sueldo mínimo en 181 mil pesos. El alza real, sin embargo es de un 2,2% pues el 3,3% adicional únicamente responde a la inflación acumulada en los últimos 12 meses. De acuerdo a la combinación de variables –inflación y productividad– el alza debe haber sido solo de un 4,4%, de acuerdo a lo señalado por la comisión de expertos que el ministerio de hacienda convoca para estos fines, para mantener consistente el sueldo mínimo con los equilibrios macroeconómicos y las condiciones del mercado laboral.

Pero ¿Quiénes ganan el sueldo mínimo? La respuesta a esto la da la encuesta CASEN que señala que en Chile las personas que ganan entre 1 y 1,5 sueldos mínimos llegan a casi un millón de trabajadores. En una familia de cuatro personas, donde solo un integrante trabaje, como es la norma en los hogares de menores recursos, ganar entre 172 mil y 258 mil pesos se convierte en una condena a ser pobre o a mantenerse levemente por sobre la línea de la pobreza. Pero las cifras son siempre engañosas y la situación siempre puede ser peor a cómo se ve en los números presentados por el gobierno… por cualquier gobierno.

Las familias de los quintiles más bajos, además, destinan gran parte de sus ingresos a alimentos. Es natural. La comida es lo prioritario cuando el dinero es escaso. ¿Cómo es el comportamiento de la inflación en el tramo de alimentos? El alza acumulada en 12 meses es de un 7,4% y las expectativas que existen al respecto señalan que se mantendrá al alza. El pan y la lecha líquida han subido, solo en un mes, un 2,5% y un 2,9% respectivamente y la lecha en polvo un 4,2%. Los servicios básicos como agua, electricidad y gas han tenido un alza de un 7,3% en el último año, el gas licuado y la parafina, ambos combustibles usados como calefacción o para cocinar en los hogares más pobres, han subido en último mes un 2,6% y un 1,3% respectivamente. Y el transporte ha subido un 5,3%.

Con todas estas cifras, vista de forma desglosada y más transparente ¿es posible pensar que un crecimiento del 5,5% del sueldo mínimo es capaz de restituir el poder adquisitivo a los trabajadores más pobres? La respuesta es categórica: no. Ni pensar en aumentar el sueldo en términos reales. Cuando los alimentos, el transporte y los servicios básicos están subiendo dos o tres puntos porcentuales más que el IPC en términos agregados, el alza del sueldo mínimo viene solo a paliar una situación de precariedad creciente entre los trabajadores más pobres del país.

A modo de conclusión, hay dos desafíos muy presentes que se abren para mejorar los ingresos y la posibilidad de obtenerlos en los trabajadores de los quintiles más bajos. El primero pasa por mejorar la calidad de los empleos generando programas de innovación, desarrollo y agregación de valor a procesos productivos y que además consideren programas efectivos para capacitar a los trabajadores, tanto en aquellos sectores productivos nuevos que pueden surgir como en aquellos que hoy tenemos y que tiene falencias en su productividad.

Lo segundo tiene que ver con sincerar las cifras con las cuales se realiza el reajuste. No es adecuado que la opinión pública y los trabajadores vean que su sueldo crece cuando en realidad y de acuerdo a los hábitos de consumo de las familias que viven con el sueldo mínimo, el crecimiento es marginal, no restituye poder adquisitivo ni permite a las personas aumentar sus ingresos en términos reales. A partir de eso es necesario revisar las soluciones que se pueden plantear para mantener el justo equilibrio entre el mercado laboral, los equilibrios macroeconómicos y la ineludible responsabilidad que tiene el gobierno por mejorar la calidad de vida de los trabajadores.

No hay comentarios: