Hoy hemos asistido a un día de elecciones históricas en nuestro país. Independiente del lado al que pertenezcamos, hemos presenciado un punto de inflexión importante en la política chilena, un cambio que puede estar plagado de paradojas -como al histórica popularidad de Bachelet y la derrota del candidato oficialista- pero que marcará el fin de una etapa marcada por la consolidación democrática, el éxito de la coalición de gobierno, el fin de muchos enclaves autoritarios, y en general el crecimiento, progreso y posicionamiento de un país que no era bien visto en el mundo hasta hace 20 o 25 años atrás.
Ese mismo trabajo de consolidación democrático y construcción de instituciones fuertes es el que hoy debe disipar -a mi juicio- el miedo de muchos a un gobierno de derecha en nuestro país. Este miedo, en todo caso, tiene raíces fundadas. Por una parte se haya el fantasma de la dictadura y de las violaciones a los derechos humanos que pesa sobre el futuro oficialismo, la concertación durante muchos años gobernó con una superioridad moral justamente ganada, sin embargo, después de las elecciónes de 1999 esa superioridad empezó a disiparse, la derecha demostraba que era una alternativa de gobierno y que era posible que llegase al poder por la vía democrática.
Las violaciones a los DDHH son un punto negro, la derecha no ha hechos gestos importantes para resarcir el daño cometido durante el gobierno militar y para sentar las bases de un nunca más por parte de toda la clase política chilena, no obstante, es necesario reconocer que después de 20 años ha ocurrido una renovación importante en la mentalidad de los chilenos y en los partidos de derecha, los cuales han buscado distanciarse de ese lastre que significa para ellos las atrocidades cometidas durante 17 años en Chile. Justo o no, hoy un gran porcentaje de los chilenos recuerda con dolor esa época, pero ya no lo ve como un factor determinante a la hora de definir el voto.
En el mismo sentido, tenemos un contexto regional que justificadamente nos hace dudar de los cambios de eje en los gobiernos. En América Latina los cambios de sectores políticos en el poder ocurren por lo general luego de crisis sociales o políticas importantes, golpes de Estados o elecciones fraudulentas, gobiernos fracasados o cruzados transversalmente por la corrupción. Eso en Chile no ha pasado y el cambio de coalición a la cabeza del gobierno se dará en un ambiente de civilidad democrática, muchos más parecido a la alternancia política de regímenes parlamentarios europeos.
Son esas mismas instituciones fuertes y las características de este cambio, las que me hacen pensar que el cambio si se producirá, pero no será radicalmente distinto al cambio que se produce cuando llega un nuevo presidente, en Chile con los años se ha consolidado un sistema bipartidista con dos grandes coaliciones y una de las características que señala Giovanni Sartori de este tipo de sistema de partidos es justamente la competencia centrípera que se produce entre las coaliciones. Seamos sinceros, la concertación y la coalición por el cambio no son lo mismo, tienen visiones diferentes del país, sin embargo, la brecha ideológica entre ambas se ha acortado de manera importante y claramente no están en polos opuestos del espectro político.
El hecho que la concertación sea la coalición política más exitosa de la historia de Chile deja una importante marca en nuestra sociedad y hay una serie de política y programas que los chilenos no rechazan, sino que los dan como elementos fundamentales y como derechos que les pertenecen. El plan auge, el bono de invierno para los adultos mayores, la red de protección social, el Chile Solidario y tantos otros programas de la concertación, que son parte de nuestra realidad social y que el nuevo gobierno no podría, por razones sociales o políticas, retirar o minimizar, sino que muy por el contrario, profundizar o, en el peor de los casos, financiarlos por inercia.
La ruta está trazada, veremos nuevas formas, nuevas prácticas, nuevas propuestas y nuevas caras en el gobierno. Pero cambios radicales no veremos -salvo en el Transantiago, quizás- eso, porque nuestra institucionalidad no permitirá quiebres programáticos abismales.
La madurez política de los pueblos se manifiesta en la tolerancia hacia nuestro adversario y en el debate sano de ideas diversas. No aceptar hoy la voluntad del pueblo de Chile es una contradicción contra nuestros propios principios democráticos. A medida que pasan las horas son esos mismos principios en los que creo los que me hacen menos difícil decir, felicitaciones presidente Piñera, espero que por el bien de Chile y de su gente... gobierne de la mejor manera, como un país como Chile lo merece.
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