viernes, 11 de febrero de 2011

Un nuevo 9 de noviembre

El movimiento egipcio que partió hace casi 3 semanas y que es una extensión de las protestas que se inician en Túnez a principios de enero y que consiguen la caída de Ben Alí, autócrata árabe que había gobernado el país durante 23 años, ha alcanzado su primer gran objetivo: sacar del poder a Hosni Mubarak, en el poder desde hace 29 años y 4 meses, y quien había sumido al sistema político egipcio en un importante deterioro: las libertados democráticas fueron paulatinamente coartándose hasta que la oposición fue relegada a un plano simbólico y las elecciones descaradamente intervenidas para asegurar la continuidad del gobierno de Mubarak y las mayorías parlamentarias.

El principal movimiento de oposición, la Hermandad Musulmana, no podía presentarse a las elecciones y en ese contexto Mubarak caía en la misma práctica que la mayoría de los dictadores y autócratas del mundo contemporáneo en el que la democracia va ganando mayor valoración por parte de la comunidad internacional y la opinión pública: darle un viso democrático a sus regímenes, lo que se traduce en elecciones, periódicas o no, que adolecen de numerosos vicios en su realización pero que cumplen, al menos en parte, la pretensión de los líderes, es decir, entregarle un velo de legitimidad a sus regímenes altamente deslegitimados para el contexto internacional.

Un poco de historia

El 9 de noviembre de 1989 se abre el proceso más simbólico y representativo de un largo suceder de hechos que culminaría con la caída completa de la Unión Soviética, el fin del mundo bipolar y la instauración de un nuevo orden. Fukuyama diría incluso que como se terminaba la lucha ideológica y el capitalismo se alzaba como “exitoso” (compréndanse las comillas) vencedor en una contienda de más 40 años, la historia se terminaba. Es de Perogrullo mencionar que Fukuyama erró su predicción (él mismo lo reconocería más tarde) y hoy el mundo está pasando de un unipolarismo hegemónico a un unipolarismo –con el dominio de los Estados Unidos- compartido por varios polos regionales: Brasil, China, Alemania, India… cada uno con más o menos aspiraciones hegemónicas globales y con más o menos posibilidad de arrebatarle la posición a los Estados Unidos.

La democratización, no sin dificultades, de los países de Europa del este se enmarcaría en la tercera ola democratizadora que Samuel Huntington identificaría, en conjunto con los países de la periferia sur de Europa y del fin de las dictaduras militares en América Latina.

La democracia que cubre al mundo

Así las cosas, las olas democráticas fueron lentamente expandiéndose por el planeta y profundizándose en aquellos países que la conocieron primero, ampliándose las posibilidades de votación y participación en los gobiernos. Hoy existe una valoración significativa de la democracia por sobre otras formas de gobierno e incluso los gobiernos con democracias muy deterioradas –como Venezuela- apelan al concepto de “democráticos” para validarse frente a la comunidad internacional.

También ocurrió con los países con monarquías que paulatinamente fueron avanzando hacia sistemas menos monárquicos, con Inglaterra como sempiterno paradigma de la disminución de los poderes reales a favor de la soberanía de lo pueblo y de “los comunes”.

¿Una cuarta ola?

Sin embargo, numerosos países en el mundo viven sin democracia, sus vidas son ordenadas por monarcas todopoderosos –Jordania o Arabia Saudita- por partidos omnipresentes –como China o Cuba- o por autócratas o dictadores que se aferran al poder, como lo que hemos visto en Egipto o en Túnez. En otros casos caudillos pseudo populistas buscan que el Estado dominado por el partido oficialista alcance amplios aspectos de la vida de las personas, buscando cambiar sociedades y atropellas mayorías.

¿Será acaso que estamos asistiendo al inicio de un nuevo proceso democratizador en el mundo? ¿Será que lo que se inicio en Túnez empezará a expandirse por el Magreb y oriente medio? Hay varios aspectos comunes que hacen pensar que es posible que los mismos elementos que alimentaron las protestas en Túnez y Egipto se repitan en otros países del norte de África y de oriente próximo, la búsqueda de la democracia como principal motor de movilización.

En una publicación de The Economist aparecida en El Mercurio el 11 de febrero se señala que los países con mayor riesgo de revueltas serían Yemen (donde ya ha habido protestas) Siria, Libia, Egipto (con los resultados ya conocidos), Omán, Mauritania, entre otros. Se salvan países como Kuwait, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. El desempleo, la corrupción generalizada, el dramático límite a las libertades individuales, los conflictos entre diferentes ramas del islamismo son leños que alimentan la hoguera de las revueltas. La eficacia de Túnez y Egipto son señal que las revueltas populares sí pueden hacer caer a los gobiernos autocráticos a favor de la democracia.

En todo caso, pareciera que es un hecho relativamente previsible que se seguirá expandiendo el sentimiento de búsqueda de libertades políticas y sociales y que el modelo a seguir por los movimientos sociales es el de Turquía. No obstante, lo que sí es una incógnita es el camino que adoptarán estas nuevas “revoluciones democráticas” una vez que logren su primer cometido. ¿Podrán iniciarse transiciones democráticas que empiecen a construir los cimientos de futuros gobiernos más plurales, diversos y participativos o bien se formarán gobierno caudillescos o dictatoriales al alero de las fuerzas armadas?

Prefiero pensar que sucederá lo primero y que se está iniciando un proceso democratizador parecido al que vivieron los países de Europa del este en 1989 y que se refleja en forma gráfica con la caída del muro de Berlín. Creo posible pensar que estamos asistiendo a un nuevo 9 de noviembre.

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