lunes, 16 de julio de 2012

El demonio del binominal


Pierre Simon Laplace fue un matemático francés que vivió entre 1749 y 1827. Su pensamiento estaba sustentado en el determinismo causal que señalaba que la visión actual del universo es producto del pasado y causa del futuro. Sus pensamientos encontraban sustento en las ideas newtonianas y postulaba que conociendo las leyes de Newton sería posible predecir el comportamiento de todos los cuerpos en el universo, desde los planetas hasta los seres humanos. Es el demonio de Laplace que busca conocer y predecir todo cuánto hay en el universo.

En Chile el sistema electoral se ha constituido en nuestro propio demonio. Es el efecto de la dictadura y la causa de la crisis de representatividad actual. En la mayoría de los temas de interés público suele hacerse algún tipo de relación causal con el binominal. Que sí el binominal no existiera la ley antidiscriminación sería mejor, el sueldo mínimo sería más alto, se habrían aprobado una serie de reformas durante los 90, la UDI no sería el partido más grande, entre muchas otras afirmaciones. Sin embargo, cualquiera de nosotros quisieras habitar en aquel universo paralelo donde Chile, sin binominal, es un paraíso terrenal. En realidad eso parece más de ciencia ficción.

El binominal tiene hartos males. El principal de ellos es probablemente la altísima barrera de entrada que pone para que actores nuevos se puedan hacer parte del sistema. La negociación con alguna de las coaliciones, como lo hizo el PC en la elección de 2009, es un camino. La escisión de incumbentes que levanten sus propias banderas es otro camino y de esa forma hemos visto a candidatos del PRI obtener escaños rompiendo el bicoalicionismo actual. Fuera de esas dos opciones, cualquier partido nuevo está casi perdido y eso ha incentivado a que, a diferencia con lo que ocurría en Chile antes de 1973, sean pocas las alternativas partidarias que buscan ofrecer a los electores propuestas distintas a las tradicionales. Simplemente porque es muy costoso hacerlo y eso ha generado una capa de organizaciones y proyectos políticos excluidos, particularmente en la izquierda. Pero a su vez ha dado lugar a un status quo consolidado en el que las reformas resultan cada vez más difíciles dado el nivel de acuerdo que existe entre los núcleos de las coaliciones políticas en Chile y las altas mayorías que varias de esas reformas requieren. 

Se ha dicho además que el sistema binominal es desproporcional y sobre (o sub-representa) a algunos partidos. En una entrada anterior intenté poner esto en perspectiva, mostrando que el binominal tendería a premiar a los partidos más votados con muchos más escaños de los que por votación le corresponderían, pero con los demás partidos no pareciera tener un efecto tan concluyente. Actualmente el partido más beneficiado es la UDI, pero en algún momento fue la DC y RN. Cuando vemos la misma situación en perspectiva comparada, vemos que Chile tampoco es de los países más desproporcionales de América Latina. Un trabajo de Bunker y Navia (2010) muestra tres diferentes índices de desproporcionalidad para 18 países de la región entre 1993 y 2006. En el índice de Rae, Chile obtiene un 1,78. La cifra más baja la obtiene Uruguay, que tiene un único distrito nacional, con un 0,53. La más alta la obtiene México, un 6,44, donde 200 de 500 diputados son electos a través de un distrito único nacional. El resto es mediante distritos uninominales.

En el segundo índice, el de Loosemore y Hanby, Chile obtiene un 12,28 y el más bajo sigue siendo Uruguay con un 1,17 y el más alto resulta Ecuador con un 26,8. El tercer índice usado por los autores, el de Gallagher, muestra a Chile con un 6,82. Uruguay obtiene 1 y Argentina, que resulta con el guarismo más alto, obtiene 32,87. La teoría señala que existe una relación muy importante entre magnitud del distrito y proporcionalidad, es decir, mientras más escaños se repartan en un determinado distrito mayor es la proporcionalidad que alcanza el sistema. Eso se comprueba para el caso de Uruguay en los tres índices, no obstante, países con una magnitud de distrito mayor a la chilena (2) no necesariamente tienden a tener índices de desproporcionalidad más bajos.

Por lo tanto, cualquier reforma del sistema binominal debería tener como objetivo principal reducir la barrera de entrada para los partidos políticos y eso, indirectamente, podría tener un impacto en la proporcionalidad del sistema. En otras palabras, lo que debemos buscar tiene que ver más con flexibilizar las condiciones para que un partido pueda ser electoralmente viable, ya que con la normativa actual los partidos con mayores facilidades para hacerse de un escaño son aquellos que poseen una significativa penetración territorial, redes clientelares lo suficientemente desarrollados o nichos de votos duros suficientemente concentrados, como sucede con la UDI en las comunas de la zona oriente de Santiago. En otras palabras, partidos tradicionales. La renovación en ese marco no puede venir desde fuera del sistema, por más proyectos que existan. 

Lo que parece menos probable es que las preferencias electorales cambien de manera violenta. Nunca lo han hecho, aunque cuando grandes reformas electorales se han llevado a cabo. Los cambios van siendo graduales y lo importante es la facilidad que haya para que partidos excluidos puedan alcanzar puestos de poder. Por ejemplo, a fines de los años 80 Venezuela realizó una serie de reformas que tendían a la descentralización del país, las cuales permitieron que surgieran partidos de carácter regional que más tarde actuaron como plataforma de nuevas propuestas políticas nacionales, como ocurrió con proyecto Carabobo que más tarde fue Proyecto Venezuela. En Chile esa reforma inclusiva debería la reforma al sistema electoral.

Sin embargo, existen otros elementos que en Chile no parecen estar asociados al sistema electoral y que también juegan un rol en la definición de los actores políticos relevantes del sistema. Luna (2008) destaca por ejemplo algunas prácticas clientelares que permiten que algunos partidos tengan importantes fuentes de votos en zonas vulnerables, la UDI es un ejemplo de esto y eso ha llevado a que sea el partido más grande del país en elecciones legislativas y el segundo partido más grande, después de RN, en las elecciones de concejales. Es decir, con un sistema electoral distinto, estas prácticas no tendrían por qué desaparecer, pues han estado presentes casi de manera constante desde que Chile empezó la institucionalización de su sistema de partidos en la década de 1870.

Además de lo anterior, existen una serie de elementos que tienen que ver con la democracia interna de los partidos políticos. La selección de los candidatos puede ser la más significativa entre ellas. Las condiciones actuales permiten que los partidos tengan un poder muy importante a la hora de definir a los candidatos y los electores, en muchos casos, sólo confirman lo que los partidos han dicho. Este punto pareciera tener su origen en que los distritos entregan sólo dos escaños y siempre es muy probable que resulte electo un candidato de cada coalición. Pero ocurre que ese problema se verifica también cuando la lista es cerrada y bloqueada, es decir, el elector debe optar por un bloque íntegro de candidatos propuestos por orden de precedencia en el partido. De esa forma, los partidos ponen a candidatos fuertes en los primeros lugares de la lista y a los más débiles al final. En Chile es posible ver el mismo efecto, pero mucho más sutil pues el elector vota por el candidato, no obstante, en la mayoría de los casos hay un candidato principal cuyo objetivo es obtener el escaño y uno secundario, que solamente está para sumar votos. Eso provoca que el escaño sea percibido como del partido y no de los electores. Para el candidato es importante estar en sintonía con los intereses del partido pues son sus líderes quienes pueden, a la hora de la elección, definir su su incumbencia.

Finalmente, la disponibilidad de recursos económicos para los partidos también contribuye con su viabilidad. En Chile los partidos con mayores recursos son capaces de generar campañas más rimbombantes, sino que además pueden estructurar equipos territoriales que les ayuden a mantener redes de electores, financiar prestaciones para sus votantes e incluso dar lugar a relaciones clientelares. Como señala Luna (2008: 106-107) lo importante al final del día en muchos distritos termina siendo la cantidad de cuentas de luz que un candidato puede pagar durante su campaña y no su desempeño en el congreso.

De esta forma y a modo de conclusión, una reforma inclusiva en Chile debería tener las siguientes dimensiones. Primero, un cambio al sistema electoral, es decir, al mecanismo que se usa para traducir votos en escaños, permitiendo que la barrera de entrada sea menor. Un segundo elemento deben ser los mecanismos de selección de candidatos y, en este punto serían buenas dos innovaciones, una sería una sistema de primarias organizados y financiados por el Estado, para cuando haya más de un miembro del partido aspirando a una candidatura; y, por otro lado, un sistema de voto de lista cerrada pero no bloqueada, es decir, el partido propone a un número determinado de candidatos, pero el orden de precedencia que tienen para ocupar los escaños los puede definir el elector. Eso genera mayores incentivos para que los candidatos se den a conocer con los electores sin debilitar demasiado el rol de los partidos políticos, y a su vez los votantes identifiquen a los candidatos, pues en distritos grandes la identificación de los candidatos y los representantes electos puede llegar a ser un problema para los ciudadanos.

Finalmenete, debe haber algún tipo de reforma tendiente a introducir algún sistema de financiamiento público a los partidos políticos, de modo tal que las capacidades que éstos tengan para realizar la actividad política no esté asociada con las posibilidades económicas de sus candidatos y militantes. Así también, es necesario mejorar el mecanismo de financiamiento de las campañas, transparentar el uso de los dineros y su procedencia, limitanto el rol que juegan consorcios privados en la financiación electoral.

En resumidas cuentas, es cierto que el sistema electoral en Chile tiene muchos males, pero en ningún caso se puede considerar como la causa prima de todos los problemas que hoy aquejan a la democracia chilena. No lo podemos tomar como el demonio explicativo de los fenómenos políticos en Chile. Los problemas de representatividad pueden tener alguna relación con el sistema electoral, pero, de forma más global, tienen que ver con una serie de formas excluyentes de hacer política.

Referencias


Bunker, K., & Navia, P. (2010). Explicando la despropocionalidad en América Latina. Magnitud de distrito, malapportionment y fragmentación partidaria. Revista española de ciencia política n.23, 81-110.

Luna, J. P. (2008). Partidos políticos y sociedad en Chile. Trayectoria histórica y mutaciones recientes. En A. Fontaine, C. Larroulet, J. Navarrete, & I. Walker, Reforma de los partidos políticos en Chile (págs. 75-124). Santiago de Chile: CEP; L&D, CIEPLAN. 


__________________________________
Si te gustó esta entrada, puedes revisar más escritos del autor en Ballotage.cl 

No hay comentarios: