Pierre Simon Laplace fue un matemático francés que vivió
entre 1749 y 1827. Su pensamiento estaba sustentado en el determinismo causal
que señalaba que la visión actual del universo es producto del pasado y causa
del futuro. Sus pensamientos encontraban sustento en las ideas newtonianas y
postulaba que conociendo las leyes de Newton sería posible predecir el
comportamiento de todos los cuerpos en el universo, desde los planetas hasta
los seres humanos. Es el demonio de Laplace que busca conocer y predecir todo
cuánto hay en el universo.
En Chile el sistema electoral se ha constituido en nuestro
propio demonio. Es el efecto de la dictadura y la causa de la crisis de representatividad actual. En la mayoría de los temas de interés público suele hacerse
algún tipo de relación causal con el binominal. Que sí el binominal no
existiera la ley antidiscriminación sería mejor, el sueldo mínimo sería más
alto, se habrían aprobado una serie de reformas durante los 90, la UDI no sería el partido más grande, entre muchas otras afirmaciones. Sin embargo, cualquiera de nosotros quisieras habitar en aquel
universo paralelo donde Chile, sin binominal, es un paraíso terrenal. En
realidad eso parece más de ciencia ficción.
El binominal tiene hartos males. El principal de ellos es
probablemente la altísima barrera de entrada que pone para que actores nuevos
se puedan hacer parte del sistema. La negociación con alguna de las
coaliciones, como lo hizo el PC en la elección de 2009, es un camino. La escisión
de incumbentes que levanten sus propias banderas es otro camino y de esa forma
hemos visto a candidatos del PRI obtener escaños rompiendo el bicoalicionismo
actual. Fuera de esas dos opciones, cualquier partido nuevo está casi perdido y
eso ha incentivado a que, a diferencia con lo que ocurría en Chile antes de
1973, sean pocas las alternativas partidarias que buscan ofrecer a los
electores propuestas distintas a las tradicionales. Simplemente porque es muy costoso hacerlo y eso ha generado una capa de
organizaciones y proyectos políticos excluidos, particularmente en la
izquierda. Pero a su vez ha dado lugar a un status quo consolidado en el que
las reformas resultan cada vez más difíciles dado el nivel de acuerdo que
existe entre los núcleos de las coaliciones políticas en Chile y las altas mayorías que varias de esas reformas requieren.
Se ha dicho además que el sistema binominal es desproporcional
y sobre (o sub-representa) a algunos partidos. En una entrada
anterior intenté poner esto en perspectiva, mostrando que el binominal
tendería a premiar a los partidos más votados con muchos más escaños de los que
por votación le corresponderían, pero con los demás partidos no pareciera tener un efecto tan concluyente. Actualmente el partido más beneficiado es la
UDI, pero en algún momento fue la DC y RN. Cuando vemos la misma situación en perspectiva comparada,
vemos que Chile tampoco es de los países más desproporcionales de América
Latina. Un trabajo de Bunker y Navia (2010) muestra tres
diferentes índices de desproporcionalidad para 18 países de la región entre
1993 y 2006. En el índice de Rae, Chile obtiene un 1,78. La cifra más baja la
obtiene Uruguay, que tiene un único distrito nacional, con un 0,53. La más alta
la obtiene México, un 6,44, donde 200 de 500 diputados son electos a través de
un distrito único nacional. El resto es mediante distritos uninominales.
En el segundo índice, el de Loosemore y Hanby, Chile obtiene
un 12,28 y el más bajo sigue siendo Uruguay con un 1,17 y el más alto resulta
Ecuador con un 26,8. El tercer índice usado por los autores, el de Gallagher,
muestra a Chile con un 6,82. Uruguay obtiene 1 y Argentina, que resulta con el
guarismo más alto, obtiene 32,87. La teoría señala que existe una relación muy
importante entre magnitud del distrito y proporcionalidad, es decir, mientras más
escaños se repartan en un determinado distrito mayor es la proporcionalidad que
alcanza el sistema. Eso se comprueba para el caso de Uruguay en los tres
índices, no obstante, países con una magnitud de distrito mayor a la chilena
(2) no necesariamente tienden a tener índices de desproporcionalidad más bajos.
Por lo tanto, cualquier reforma del sistema binominal
debería tener como objetivo principal reducir la barrera de entrada para los
partidos políticos y eso, indirectamente, podría tener un impacto en la
proporcionalidad del sistema. En otras palabras, lo que debemos buscar tiene
que ver más con flexibilizar las condiciones para que un partido pueda ser
electoralmente viable, ya que con la normativa actual los partidos con mayores
facilidades para hacerse de un escaño son aquellos que poseen una significativa
penetración territorial, redes clientelares lo suficientemente desarrollados o
nichos de votos duros suficientemente concentrados, como sucede con la UDI en
las comunas de la zona oriente de Santiago. En otras palabras, partidos tradicionales. La renovación en ese marco no puede venir desde fuera del sistema, por más proyectos que existan.
Lo que parece menos probable es que las preferencias
electorales cambien de manera violenta. Nunca lo han hecho, aunque cuando
grandes reformas electorales se han llevado a cabo. Los cambios van siendo
graduales y lo importante es la facilidad que haya para que partidos excluidos
puedan alcanzar puestos de poder. Por ejemplo, a fines de los años 80 Venezuela
realizó una serie de reformas que tendían a la descentralización del país, las
cuales permitieron que surgieran partidos de carácter regional que más tarde
actuaron como plataforma de nuevas propuestas políticas nacionales, como
ocurrió con proyecto Carabobo que más tarde fue Proyecto Venezuela. En Chile esa
reforma inclusiva debería la reforma al sistema electoral.
Sin embargo, existen otros elementos que en Chile no parecen
estar asociados al sistema electoral y que también juegan un rol en la
definición de los actores políticos relevantes del sistema. Luna (2008) destaca por ejemplo algunas
prácticas clientelares que permiten que algunos partidos tengan importantes
fuentes de votos en zonas vulnerables, la UDI es un ejemplo de esto y eso ha
llevado a que sea el partido más grande del país en elecciones legislativas y
el segundo partido más grande, después de RN, en las elecciones de concejales. Es
decir, con un sistema electoral distinto, estas prácticas no tendrían por qué
desaparecer, pues han estado presentes casi de manera constante desde que Chile
empezó la institucionalización de su sistema de partidos en la década de 1870.
Además de lo anterior, existen una serie de elementos que
tienen que ver con la democracia interna de los partidos políticos. La
selección de los candidatos puede ser la más significativa entre ellas. Las
condiciones actuales permiten que los partidos tengan un poder muy importante a
la hora de definir a los candidatos y los electores, en muchos casos, sólo
confirman lo que los partidos han dicho. Este punto pareciera tener su origen
en que los distritos entregan sólo dos escaños y siempre es muy probable que
resulte electo un candidato de cada coalición. Pero ocurre que ese problema se
verifica también cuando la lista es cerrada y bloqueada, es decir, el elector
debe optar por un bloque íntegro de candidatos propuestos por orden de
precedencia en el partido. De esa forma, los partidos ponen a candidatos fuertes
en los primeros lugares de la lista y a los más débiles al final. En Chile es
posible ver el mismo efecto, pero mucho más sutil pues el elector vota por el
candidato, no obstante, en la mayoría de los casos hay un candidato principal
cuyo objetivo es obtener el escaño y uno secundario, que solamente está para
sumar votos. Eso provoca que el escaño sea percibido como del partido y no de
los electores. Para el candidato es importante estar en sintonía con los
intereses del partido pues son sus líderes quienes pueden, a la hora de la
elección, definir su su incumbencia.
Finalmente, la disponibilidad de recursos económicos para
los partidos también contribuye con su viabilidad. En Chile los partidos con
mayores recursos son capaces de generar campañas más rimbombantes, sino que
además pueden estructurar equipos territoriales que les ayuden a mantener redes
de electores, financiar prestaciones para sus votantes e incluso dar lugar a
relaciones clientelares. Como señala Luna (2008:
106-107) lo importante al final del día en muchos distritos termina siendo la
cantidad de cuentas de luz que un candidato puede pagar durante su campaña y no
su desempeño en el congreso.
De esta forma y a modo de
conclusión, una reforma inclusiva en Chile debería tener las siguientes
dimensiones. Primero, un cambio al sistema electoral, es decir, al mecanismo
que se usa para traducir votos en escaños, permitiendo que la barrera de
entrada sea menor. Un segundo elemento deben ser los mecanismos de selección de
candidatos y, en este punto serían buenas dos innovaciones, una sería una
sistema de primarias organizados y financiados por el Estado, para cuando haya más de un miembro del partido aspirando a
una candidatura; y, por otro lado, un sistema de voto de lista cerrada pero no
bloqueada, es decir, el partido propone a un número determinado de candidatos,
pero el orden de precedencia que tienen para ocupar los escaños los puede
definir el elector. Eso genera mayores incentivos para que los candidatos se
den a conocer con los electores sin debilitar demasiado el rol de los partidos
políticos, y a su vez los votantes identifiquen a los candidatos, pues en
distritos grandes la identificación de los candidatos y los representantes
electos puede llegar a ser un problema para los ciudadanos.
Finalmenete, debe haber algún
tipo de reforma tendiente a introducir algún sistema de financiamiento público
a los partidos políticos, de modo tal que las capacidades que éstos tengan para
realizar la actividad política no esté asociada con las posibilidades
económicas de sus candidatos y militantes. Así también, es necesario mejorar el
mecanismo de financiamiento de las campañas, transparentar el uso de los
dineros y su procedencia, limitanto el rol que juegan consorcios privados en la
financiación electoral.
En resumidas cuentas, es
cierto que el sistema electoral en Chile tiene muchos males, pero en ningún
caso se puede considerar como la causa
prima de todos los problemas que hoy aquejan a la democracia chilena. No lo
podemos tomar como el demonio explicativo
de los fenómenos políticos en Chile. Los problemas de representatividad pueden
tener alguna relación con el sistema electoral, pero, de forma más global, tienen
que ver con una serie de formas excluyentes de hacer política.
Referencias
Bunker, K., & Navia, P.
(2010). Explicando la
despropocionalidad en América Latina. Magnitud de distrito, malapportionment
y fragmentación partidaria. Revista española de ciencia política n.23,
81-110.
Luna, J. P. (2008). Partidos políticos y sociedad en
Chile. Trayectoria histórica y mutaciones recientes. En A. Fontaine, C.
Larroulet, J. Navarrete, & I. Walker, Reforma de los partidos
políticos en Chile (págs. 75-124). Santiago de Chile: CEP; L&D,
CIEPLAN.
__________________________________
Si te gustó esta entrada, puedes revisar más escritos del autor en Ballotage.cl
__________________________________
Si te gustó esta entrada, puedes revisar más escritos del autor en Ballotage.cl
No hay comentarios:
Publicar un comentario