El mundo está viviendo un escenario de escalada en los precios de los alimentos muy similar al que ocurrió a partir de fines de 2007 y que desató crisis alimentarias en varios países pobres y olas inflacionarias que afectaron a gran parte del mundo, incluido nuestro país. En octubre de 2008 la inflación en Chile llegó a un nivel de casi un 10% en 12 meses, de acuerdo a los datos entregados por el INE, desbordándose ampliamente del rango meta del Banco Central.
Hoy las presiones, si bien de la misma naturaleza, son un poco diferentes. Las expectativas de inflación son menores a las que existían en 2008 y se ha dicho que si bien existen posibilidades de que la inflación alcance niveles parecidos a los de 2008, éstas son menores e incluso el efecto de la actual alza de alimentos llegara con un rezago de al menos 3 meses al país (La Tercera, 20/02). En todo caso, Chile no será ni por lejos uno de los países más afectados por esta alza, si bien la inflación podría subir y el costo a pagar será una desaceleración de la actividad económica para llevarla a niveles del PIB potencial, en otros países más pobres el costo será mucho más elevado y tendrá tintes sociales significativos. Los alimentos, entre octubre de 2010 y enero de 2011 han subido un 15%, situándose un 29% por sobre el precio que tenían en el mismo periodo del año anterior.
Pero ¿cuál es la razón por la que suben los alimentos? Varias razones pueden sindicarse en la base de esta alza de precios. Por un lado están los daños que las inundaciones produjeron en Australia y que dañaron cientos de hectáreas de cultivos, además se registraron importantes incendios forestales y sequías en Rusia, uno de los principales productores de trigo del mundo, que provocaron la pérdida de las cosechas en numerosos campos. Pero también hay componentes de la demanda que contribuyen a subir los precios. Países como China o la India producen un efecto desestabilizador en los precios de los comodities, bien lo sabemos en el caso del cobre, y los alimentos no son la excepción.
Adicionalmente, una causa de que suban los alimentos recae en la producción de biocombustibles con maíz o aceite de soja. La producción de biocombustibles desplaza los cultivos para alimentos y ganadería, reemplazándolos por campos dedicados a la materia prima para el biodiesel, reduciendo así la oferta de alimentos. Si bien esta situación aún no es masiva, se han iniciado importantes inversiones en investigación para producir biodiesel. En Estados Unidos, el año 2009, el departamento de energía anunció que inyectaría 786,5 millones de dólares para acelerar la creación y comercialización de biocombustibles (Motor.es) y en 2007 la entonces administración Bush llevó a cabo un acuerdo con Brasil por el desarrollo de este tipo de energía (América.gov, 22/03/2007). Los biocombustibles tienen la capacidad de reducir la dependencia de los precios del petróleo y teóricamente disminuyen las emisiones de CO2 a la atmósfera, sin embargo, aumentan la presión sobre los precios de los alimentos y la producción de sus materias primas motiva la deforestación, con lo cual los beneficios netos de estos combustibles son dudosos.
Dos razones más se pueden añadir, por una parte, la especulación. Los mercados ya han empezado a sentir el alza y continúan generando una sensación “alcista” que no detiene la subida de los precios, por el contrario, la alienta. Por otro lado, está el alza del precio del petróleo que afecta de manera casi transversal a la actividad económica y que redunda en alzas en los costos de producción de los alimentos y en su transporte a los centros de distribución.
Así las cosas, tenemos un escenario en que en todo el mundo los alimentos empiezan a subir de precio y se generan no solo presiones inflacionarias sino que también eventuales problemas sociales. En China, por ejemplo, el alza de los alimentos en enero de 2011 fue de un 10,3% respecto al primer mes de 2010 (DF, 15/02) y el gobierno de Hu Jintao ya ha lanzado algunas medidas para contener el alza por temor a que generen inestabilidad social. Adicionalmente, el presidente del Banco Mundial ha señalado que los precios de los alimentos se encuentran en niveles peligrosos y su impacto podría complicar las frágiles condiciones sociales y políticas de oriente medio y Asia Central (América Economía, 16/02). Sin ir más lejos, las actuales revueltas sociales en el norte de África y en el Magreb tienen su origen, en parte, en las precarias condiciones económicas de los países afectados.
También tenemos el costo social de las alzas. En el mundo académico se ha generado un relativo consenso en que el alza de la pobreza en Chile en la última encuesta CASEN tiene sus raíces, en parte, en el IPC de los alimentos. La misma CEPAL publicó a fines de 2010 su informe social para América Latina en el que revela que la pobreza en Chile, aislando el efecto de los alimentos, habría bajado. Ese efecto negativo de los precios de los alimentos en los índices de pobreza se da en todo el mundo y afecta a los más pobres, pues son ellos quienes destinan la mayor cantidad de sus ingresos a alimentación. De acuerdo a lo señalado por el banco mundial (América Economía, 16/02) 44 millones de personas en todo el mundo serán arrastradas a la pobreza debido a los actuales niveles de precios de los alimentos y eso, bien en países pobres con poco espacios para tomar medidas que reduzcan los precios o bien en otros donde el espacio para usar la política fiscal es muy reducido o nulo, con lo cual la actuación posible de los gobiernos para contener precios es escasa.
Pero el alza de los precios tiene otra cara, aquella de los países que se ven beneficiados por la subida. La Argentina, Brasil y Rusia han presentado sus reparos, en la última cumbre del G20, contra la propuesta que han hecho países desarrollados para controlar los precios de las materias primas, entre ellas los alimentos (La Nación, 19/02). Y es que para los países emergentes productores de alimentos el alza en los precios no significa tanto inflación –pese a que en la Argentina cifras no oficiales señalan que ha llegado al 25%- y sí más ingresos para los fiscos y mayor crecimiento económico. No obstante, en un escenario así, el peligro de la enfermedad holandesa se cierne sobre las economías emergentes y los incentivos para convertirse en economías más competitivas y con mayor valor agregado se reduce.
El tema alimentario se suma a otros dilemas y desequilibrios globales que vive la economía, no obstante, no se está exento de peligros. Nicolás Eyzaguirre (La tercera, 21/02) señaló que hay que tener presente que la bonanza nunca dura para siempre y que en América Latina hemos aprendido aquello. Será bueno tenerlo muy en cuenta, sobre todo cuando el fantasma del recalentamiento y la inflación se cierne sobre nuestras economías.
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