sábado, 10 de julio de 2010

La imagen de la presidenta Bachelet y la Concertación

La ex presidenta Michelle Bachelet sigue representando lo mejor de la concertación. Su gobierno fue un gran logro en el intentó por extender cuatro años más los gobiernos de la concertación aun cuando los partidos que forman la coalición mostraban, ya hacia el final del gobierno de Lagos, síntomas de agotamiento y desgaste importantes. La ex presidenta logró abstraerse de eso y con una mezcla de carisma, cercanía y propuestas programáticas en la línea de la protección social, la igualdad de género y el progresismo consiguió llegar a los 20 años de gobiernos de centro izquierda en Chile.

Pero fueron cuatro años donde los problemas de los partidos políticos se hicieron aún más evidentes, hubo cismas importantes especialmente en la democracia cristiana y el concepto de “díscolos” cobró más fuerza y pese a que el gobierno de la presidenta Bachelet se inició con mayoría holgada en ambas cámaras, el fraccionamiento de los partidos durante los cuatro años de gobierno hizo que esas mayorías de fueran reduciendo haciendo mucho más complejo el ejercicio del gobierno y la gobernabilidad.

Luego de dejar el poder, Michelle Bachelet sigue una línea parecida a la que se forjó durante su gobierno. Pese a ser militante socialista ha sabido mantenerse –de forma muy inteligente, por lo demás- al margen de la discusión política interna del PS y abstraída, en general, de lo que sucede en la concertación. Se sigue viendo mucho más cercana a las personas que a los partidos políticos que han perdido gran parte de la estima de la opinión pública. En suma, representa la antítesis de los partidos de la concertación.

Pero ¿por qué se ha producido esta disociación entre la imagen de la ex presidenta y los partidos políticos de su coalición?

En este punto creo que hay un problema estructural de nuestro sistema político. El fuerte presidencialismo y la pérdida de legitimidad y representatividad de los partidos políticos fuero provocando una disociación entre la imagen del presidente o presidenta de la República y los partidos políticos. Eso ya se empezaba a hacer evidente desde la segunda mitad del gobierno de Lagos, cuando la aprobación del mandatario de acuerdo a la encuesta CEP de diciembre de 2004 alcanzaba un 60% y la concertación  solamente un 36%. En el periodo de la presidenta Bachelet esta brecha fue aumentando, ya sea porque la aprobación de la concertación cayó o la de la presidenta aumentó.

En el siguiente gráfico (Fuente: encuestas CEP) es posible ver como desde enero de 2002 la trayectoria de la identificación con la concertación sigue una trayectoria parecida a la de a aprobación presidencial, que es naturalmente más alta pues las personas valoran atributos personales en el presidente que no son evaluados en la coalición política a la hora de identificarse con una. Sin embargo, desde mayo de 2007 cuando la presidenta Bachelet llega a su piso de aprobación –posiblemente por el efecto Transantiago- la identificación con la concertación sigue cayendo y se estanca en torno al 26% incluso después que la aprobación presidencial despegue y llegue sobre el 70%.

Los atributos personales de la presidenta, innegables a la hora de evaluar una institución personal como la presidencia de la República, el comportamiento de los partidos políticos de la concertación y la gestión gubernamental en tiempo de crisis, abstraída de las crisis partidarias, aumentó la brecha entre quienes admiraban y aprobaban la imagen de Bachelet y quienes se identificaban con la concertación. La figura presidencial, por tanto, se fue disociando de manera notoria de los partidos políticos. Hasta el día de hoy, la gente sigue evaluando de manera completamente diferente la figura de la ex presidenta y la de los partidos.

Y eso, a mi parecer, encuentra su razón en el presidencialismo que institucionaliza la figura del presidente o presidenta en una persona, a diferencia de otro tipo de regímenes menos presidenciales donde la figura presidencial comparte importancia con un órgano legislador –como el caso de los regímenes semi presidenciales de Francia o Rusia- o donde simplemente el jefe de gobierno no es elegido de manera directa por los electores, sino que a través de las elecciones parlamentarias se elige como primer ministro, canciller o el nombre que sea que reciba el jefe de gobierno al líder del partido que haya logrado más escaños en las cámaras políticas, como ocurre en la democracia parlamentaria Británica.

Lo anterior lleva a pensar en algún tipo de reforma política al interior de nuestro sistema para darles más legitimidad y protagonismo a los partidos políticos, habida cuenta que son piezas claves en el funcionamiento de la democracia y la personalización de la política hace insostenible procesos de profundización democráticas y se pueden convertir en caldo de cultivos para el surgimiento de líder de carácter populista que pasen por alto las instituciones formales de representación y canalización del poder. Y claramente, reformas de ese tipo pasan por disminuir el poder del presidente de la República en favor del congreso y esto debería ir acompañado de reformas internas en los partidos políticos que propendan hacia mayor democracia y a elevar el nivel general de la política. Avanzar hacia un sistema semi-presidencial puede ser lo óptimo en el estado actual de la democracia representativa chilena.

La imagen de la presidente Bachelet sigue dándole cohesión a la concertación pero puede resultar peligroso confiarse  en su alto nivel de aprobación. Los cambios en los partidos políticos se deben dar todas formas, aun cuando en este momento Michelle Bachelet es casi segura ganadora para la elección presidencial de 2013.

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