sábado, 2 de octubre de 2010

Consolidación democrática, competencia electoral y gobernabilidad en la Argentina

El sistema de partidos argentino se ha caracterizado históricamente por la posición hegemónica que han ocupado durante algunos periodos distintos movimientos políticos, ya sea la Unión Cívica Radical o el Partido Peronista. Sin embargo, desde el año 1983 cuando vuelve la democracia a la Argentina, se ha ido produciendo una consolidación democrática importante y cuando se dio la crisis más profunda en diciembre de 2001 la solución vino por los canales institucionales, guardando la rigidices del sistema presidencial latinoamericano.

Pero hace siete años que en el poder se mantiene el Frente para la Victoria, encabezado por Néstor Kirchner y que representa el ala más tradicional del peronismo y rompe con el menemismo de los 90 que también llegó al poder gracias al partido justicialista. ¿Es un sistema realmente competitivo el argentino o los Kirchner mantienen cierta aspiración hegemónica en la política argentina? ¿Ocurre lo mismo con la UCR?

Una primera señal de la herencia peronista clásica en el actual partido justicialista viene dada por el fuerte personalismo en el cual se sustenta el PJ. En los primeros años la imagen cohesionadora fue Perón, en los años 90 Carlos Menem y hoy podríamos decir que es Néstor Kirchner y Cristina Fernández (la pareja presidencial) quienes detentan la capacidad de unificar, al menos en parte, al Partido Justicialista.

La ausencia de esa fuerza cohesionadora en la oposición, particularmente en la UCR, también han impedido que dentro del congreso surja alguna figura lo suficientemente fuerte como para aprovechar la mayoría opositora muy fragmentada. Con eso, el frente para la victoria genera un gobierno de minoría legislativa, donde controla 114 escaños entre los propios y los de sus aliados, frente a los 143 de la oposición.

Paralelamente, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires la alternativa de derecha, encarnada por Mauricio Macri y el PRO, quien ha reconocido explícitamente sus aspiraciones presidenciales, no logra penetrar hacia el interior del país y se reduce fuertemente al atravesar la frontera de la ciudad y, más aún, alejándose de la provincia de Buenos Aires. Así las cosas, en las últimas elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires triunfo Francisco de Narvaez, del PRO, pero solo con el 34% de los votos, frente al 46% y al 61% de los votos que Macri obtuviera en primera y segunda vuelta respectivamente, en las elecciones para Jefe de Gobierno de la ciudad en 2007.

En ese marco, la candidatura presidencial de Macri pareciera tener poca viabilidad política para desbancar a las dos grandes fuerzas políticas históricas de la casa rosada, pues el alcance nacional del PRO es limitado y en las legislativas de 2009 alcanzó solo 11 escaños, siendo la quinta fuerza política al interior de la cámara de diputados argentina.

Empero, la ciudad de Buenos Aires y la provincia, si bien no son representativas de la realidad del interior, sí concentran aproximadamente el 40% de la población del país y eso puede ser una señal importante para las fuerzas políticas más tradicionales de la Argentina. Sobre todo porque históricamente la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ha sido gobernada por la UCR o el justicialismo.

Por tanto, el sistema de partidos argentino resulta relativamente competitivo con al menos tres fuerzas políticas que tienen opciones reales de hacerse con el poder: Frente para la Victoria, Peronismo Federal y Unión Cívica Radical; y dos fuerzas que podrían perfilarse como nuevos actores relevantes en el escenario político a nivel nacional: el PRO y la coalición cívica. No obstante, su institucionalización es baja pues la fuerza cohesionadora de las principales fuerzas políticas recaen en liderazgos personalistas, muy tradicionales en la política argentina: Néstor Kirchner, Elisa Carrió, Mauricio Macri.

Dos casos particulares lo representan la UCR      que tiene dos líderes importantes: Julio Cobos, actual vicepresidente de la Nación y Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente Raúl Alfonsín, quien gobernara entre 1983 y 1989 y donde posiblemente se dará, de cara a las elecciones de 2011, una definición intrapartidaria en la selección de un candidato presidencial; y el Peronismo Federal, que posee también dos figuras importantes: Felipe Solá, presidente del bloque al interior de la cámara de diputados y Eduardo Duhalde, ex presidente de la Nación.

Un aspecto no menor del sistema de partido argentino es su alta fragmentación. Al interior de la cámara de diputado hay 35 fuerzas políticas representadas y solo 5 de ellas tienen más de 10 diputados –de un total de 257 escaños- El oficialista Frente para la Victoria posee 87 escaños y 16 bloques políticos mantienen solamente un diputado. Las otras fuerzas políticas con más de 10 diputados son la UCR (43) el Peronismo Federal o Disidente (28), la Coalición Cívica (19) y el PRO (11).

Esta fragmentación política genera dos consecuencias: La primera es que ningún bloque ostenta la mayoría suficiente como para actuar de forma hegemónica en la actividad legislativa y se requiere de una dialogo político para evitar la inamovilidad del sistema y, en definitiva, poder ejercer el gobierno. En esa misma línea, el alcance de las fuerzas políticas tradicionales ya no es nacional, sino que mantiene nichos electorales en algunas provincias, tal es el caso del PRO en la provincia de Buenos Aires, la UCR en Mendoza y el PJ en Santa Cruz. Al mismo tiempo, en varias provincias se han generado partidos políticos locales que dado el sistema electoral de los diputados logran algún grado de representación en la cámara.

La segunda consecuencia se da dentro de la misma oposición. Resulta altamente complejo articular un proyecto único e inclusivo que pueda decantar en un candidato único para las elecciones presidenciales de 2011 que pueda capitalizar el alto nivel de rechazo que tiene la pareja presidencial, debido a las diferencias partidarias entre las principales fuerzas políticas, la declarada aspiración presidencial de los líderes de cada uno de esos conglomerados. Y aún cuando lograsen configurar una propuesta conjunta, la gobernabilidad se vería seriamente comprometida una vez que se logrará alcanzar el poder y muy probablemente no tardarían en aparecer las fracturas entre la débil coalición que formaría.

Finalmente, el hecho que sea posible realizar este análisis revela otro de los puntos que nos señala McGuire. Antes del segundo gobierno de Perón, la población Argentina no valoraba lo suficiente las instituciones democráticas y no existía una movilización social en función de defender la democracia. Los partidos políticos tampoco se articulaban en torno a la democracia y eso allanaba el camino para que los conflictos políticos se resolvieran mediante la intervención militar autoritaria. Eso se veía acentuado por el carácter excluyente y el temperamento hegemónico de los “movimientos políticos”, lo que se refleja, por ejemplo, en la proscripción del peronismo durante algunos periodos.

Sin embargo, la violencia de la dictadura militar del 76-83 y la derrota en la guerra por las Islas Malvinas, que en definitiva determinó el fin de la dictadura, provocó una mayor valoración de las instituciones democráticas argentinas.

Tanto el ejemplo de la crisis de  2001 como el sometimiento de los grupos políticos a la contienda democrática muestran como las instituciones democráticas construidas post 1983 se han ido asentando en la sociedad argentina y obligarán a las fuerzas políticas a ajustar su comportamiento a las nuevas directrices democráticas, renunciando a las aspiraciones hegemónicas en una arena política altamente fragmentada y mejorando el enrarecido ambiente que por estos días inunda las calles de Buenos Aires.

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