viernes, 5 de noviembre de 2010

Voto voluntario en Chile: vendiendo el sofá de don Otto

Ya quisiéramos el voto voluntario. Yo sería el primero en aplaudirlo en contextos favorables, pero al mismo tiempo lo rechazo cuando el contexto es negativo, como lo es hoy en Chile. El acuerdo al que en algún momento llegó la alianza y la concertación con tal de aprobar ciertas reformas políticas, entre ellas el voto voluntario y la inscripción automática, se dio sin la deliberación política adecuada, tal como muchas políticas que en los últimos 20 años han excluido a la sociedad civil y al sano y necesario debate democrático.

Chile no es un país político. Si algo ha trascendido desde la dictadura hasta el día de hoy, no sin el aporte de los integrantes de nuestra clase política, es el rechazo a todo lo relacionado con la política partidaria. Se desconoce, en sí mismo, el valor de la política como actividad natural e inherente al ser humano que vive en grupos y se organiza en sociedades. Frente a ello el individualismo se empieza a instalar y se pierde el puente entre aquel mundo íntimo y privado y el mundo público.

Hoy lo político está limitado a unas cuantas instituciones con legitimidad democrática en la que se diseñan las soluciones a los problemas públicos y considerados de interés general, pero cuya coherencia con el sentimiento social es escasa debido a la falta de conexión entre ambos mundos. Lo público y lo privado se mueven en tiempos diferentes. Baumman hace un llamado a reconstruir esos puentes y revalorizar la deliberación pública sobre problemas públicos y de interés general y también sobre problemas privados que tienen repercusiones públicas y cuya solución recae en la suma de voluntades y esfuerzos.

La definición de problemas de forma colectiva y de concertación de soluciones en forma cooperativa es escasa en Chile. Los esfuerzos han existido para reconstruir las redes de la sociedad civil, pero ciertamente han sido insuficientes frente a un individualismo rampante y al triunfo de la competencia como única herramienta (en muchos casos equivocada) para lograr los resultados óptimos. En ese marco, surgen dos mundos que se mueven en paralelo pero que no alcanzan a conversar, salvo ciertos sucesos con mayor repercusión mediática. Un mundo privado con vocación pública, algo así como instituciones que jurídicamente no son públicas, no pertenecen al Estado ni se financian gracias a aportes del fisco, mas tienen intereses en problemas públicos. Se constituyen en grupos de interés o de presión que intentan poner ciertos temas en la agenda. Son representantes de la sociedad civil, pero su conexión con el segundo mundo, el de lo público estatal y de las instituciones con el suficiente poder político para decidir es débil e incluso inexistente.

En toda esta evolución del sentimiento sobre lo público y lo político, la emisión del voto se ha venido a constituir en el puente más elemental entre la vida privada y lo público, independientemente de las formas alternativas de representación y movilización que han venido surgiendo, es con el voto con el que se hace efectiva la conexión entre los deseos personales y las propuestas políticas, sin perjuicio de los problemas de agencia que se pueden presentar y que solo pueden ser combatidos con medidas más eficaces de transparencia, rendición de cuentas y también una demanda por campañas políticas con más contenido programático y menos colores.

Pero es ese mismo sentimiento individualista y privado el que atenta contra la efectividad del voto voluntario. Su funcionamiento es eficaz en contexto de alta politización y convencimiento con el sistema político y con las instituciones democráticas. En Chile eso no existe, la desafección con la política es un problema considerable, una señal de eso son los jóvenes que no se inscriben y, so riesgo de equivocarme, no creo que esos jóvenes no se inscriban porque “el trámite resulta engorroso” sino que no se inscriben simplemente porque no quieren votar, las actuales instituciones políticas y los mismos políticos no los convencen. Súmese a ellos las personas que habiéndose inscrito se han decepcionado de las prácticas políticas, votan porque están obligados a hacerlo o bien no se inclinan por ninguna preferencia.

Un caso donde el voto voluntario es favorable y altamente eficaz es el Uruguay, pero es que el nivel de politización, movilización y democratización de la sociedad uruguaya es mucho más alto que el chileno. La dictadura fue incapaz de corroer las bases de una democracia que se ha construido durante más de un siglo. Así como Chile antes del golpe de Estado de 1973.

El voto en Chile aún no puede ser considerado un derecho en el que las personas pueden elegir si lo ejercen o no, es más un deber con una sociedad democrática que se está construyendo y que aún adolece de considerables falencias. La conexión entre lo político y lo privado es una de ellas. La inscripción automática permitiría que millones de personas que voluntariamente no se han inscrito para votar puedan votar, pero aun así la participación seguiría siendo baja –en términos relativos bajaría de forma significativa- y en términos absolutos, siendo generoso, se mantendría. Esto, pues nada señala que quienes hoy no se han inscrito vayan a votar si pudieran hacerlo y tampoco nada evidencia que personas hoy inscritas opten por seguir votando.

Se rompería así uno de los pocos –sino el único- puente existente entre vastos sectores de la sociedad y la clase política chilena. La masa electoral tendería a elitizarse, votarían quienes tengan mayores niveles de educación e ingresos, personas con un capital social y humano más desarrollado e insertos en redes más grandes, a diferencia de personas de menos recursos o menos educación, cuyas redes son más cortas y tienen preocupaciones más privadas, para quienes la política no es una herramienta viable de solución a sus problemas. Se han desencantado de ella o nunca se han sentido siquiera cercanos con el poder político. 

Hoy están excluidas del sistema cerca de 3 millones de personas que han optado por no inscribirse. El voto voluntario vendría a excluir implícitamente del sistema a más personas por las condiciones contextuales exógenas que tienen, relacionadas con rasgos estructurales de nuestra sociedad, como la desigualdad en sentido amplio: poder, ingresos, calidad de la educación, conciencia cívica, entre otras.

Por esto, dado el desarrollo de nuestra democracia y los sentimientos que existen frente a la política, es necesario que el voto siga siendo obligatorio y se permita la desincripción voluntaria de los registros, para quienes deseen renunciar del derecho a votar. Los males del sistema político en Chile, que se reflejan en la baja participación de ciertos sectores de nuestra sociedad en las elecciones, no se solucionan con la inscripción automática y el voto voluntario. Una solución así es casi como vender el sofá de don Otto.

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